Opinión

El poder de la bofetada

Un episodio de muy dudoso gusto que debió animar una tediosa gala

Si bien suelo plantearme la conveniencia de excusar mi asistencia a las ceremonias de entrega de premios cinematográficos en nuestra demarcación o en demarcaciones lejanas, ayer sucumbí a la irresistible tentación de permanecer asomado al televisor para ver si las recompensas de la Academia caían del lado de los nuestros. Había visto con anterioridad las películas en la que la pareja de actores compuesta por Penélope Cruz y Javier Bardem aspiraban a la concesión de una estatuilla en la división en la concursaban, y si bien la película de Almodóvar me defraudó arrastrando en su mediocridad a ella, –que suele estar de oro en las cintas del Almodóvar y en esta también lo está- sospechaba que él podía tener oportunidad a pesar de la cada vez más afianzada candidatura de Will Smith que se convirtió en inopinado protagonista, para lo mejor y para lo peor, de la noche.

Lo cierto es que yo ya estaba en el primer sueño cuando quien resultó ganador del premio a la mejor actuación masculina  respondió a una broma del cómico Chris Rock sobre su mujer propinándole una sonora bofetada en la cara, episodio de muy dudoso gusto que, sin embargo, debió animar en la medida de la posible una ceremonia tediosa, imbécil e infumable, engañosamente integradora, falsamente comprometida y con más engaños en su guión que un duro de palo. Los horribles chistes pronunciados por el trío de presentadoras –deben ser francamente divertidos en Wisconsin pero a los espectadores españoles no pueden hacerles ni puta gracia- se aliaron con el papanatismo general para crear un ambiente de una densidad insoportable. A mi todo esto me mandó a la cama.

Pero por encima de la lentitud de la ceremonia, el insufrible cotorreo de las conductoras del acto y de los invitados, por encima del exceso permanente del que hacen gala tanto los intervinientes como los que escriben la historia, está la mentira. La solemne y compartida mentira que preside todos los cuadros que se suceden en estas galas –también en los premios Goya y sospecho que en todos los demás- y que afecta al contenido general de este tipo de eventos magnificados, sacados de quicio, manipulados e hipócritas, en los que se mezclan conceptos como solidaridad, multicultura y compromiso social con el exhibicionismo, la caricatura y el boato. No vuelvo. Que lloren a moco y se emocionen solos.

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