Opinión

El presente y el futuro de Rivera

Salvo que todos los periódicos, emisoras de radio y estaciones de televisión estén actuando contra la corriente general que parece anidar en la opinión pública, la figura más sugestiva de este periodo electoral recién abierto no es en estos momentos un Pablo Iglesias que reconoce haber cometido errores graves por la celeridad con la que se ha producido su irrupción en la cancha política, sino Albert Rivera. El político catalán, mucho más veterano de lo que el resto de los españoles tuvieron como principio en cuenta, ha engullido prácticamente a UPyD dejando en la cuneta a Rosa Díez, y está en trance de superar en expectativa de votos a sus emergentes rivales de Podemos.

Rivera se ha curtido durante unos cuantos años en lo que podríamos llamar “territorio comanche” y, tras una difícil labor que no ha conocido el desaliento, está a una toba de descubrir las debilidades de un catalanismo impregnado de sospecha que retrocede en las encuestas y muestra la creciente fragilidad de su líder Artur Mas, aún más quebradizas ahora que la opinión pública comienza a tenerle como heredero de unos desmanes financieros de Pujol que salpican a la propia familia del heredero.

Rivera, alto, fresco, joven, condenadamente atractivo y de talante sincero y sereno, se ha ido consolidando a partir de una irreprochable posición política en su comunidad natal que le ha ido otorgando cada vez más adeptos hasta que el crecimiento le ha permitido traspasar sus fronteras naturales y convertir su opción en un ente serio y con capacidad para trasladar sus propuestas a otras demarcaciones sin que su condición de catalán chirríe ni genere respuestas adversas. Rivera ya se ha plantado en Madrid y lo ha hecho despertando entusiasmos y hay quien le compara a la figura de Cambó que se saltó los preceptos de la catalanidad para ser ministro de Alfonso XIII y demostrar que un catalán puede gobernar perfectamente fuera de Cataluña y que la serenidad y el pragmatismo de los catalanes, fuera de ser nocivo, es más que bueno.

Sólo existe una sombra en este proceso protagonizado por Rivera aunque sea una sombra muy alargada. La necesidad de conseguir que el paso de “estado de ánimo” propio de su emergencia a partido político hecho y derecho, con organización necesaria y solvencia no le pase factura. Ese es el punto clave sobre el que pende la continuidad y su futuro.

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