Opinión

Qué hay de lo mío

La carrera emprendida por Pedro Sánchez a la búsqueda de su renovación, no solo ha legitimado las aspiraciones de un delincuente, un prófugo cobarde y mezquino al que ha colmado de favores entre los que se incluye la quiebra del principio de soberanía nacional aceptado injerencias tan intolerables como la de mediadores externos que depuren y certifiquen la pureza del comportamiento que impone, sino que ha convertido a todos los que no respaldan sus aspiraciones sucesivamente en ciudadanos de segunda porque no van a recibir el mismo trato que los que le secundan, y más tarde y ya definitivamente, en villanos a secas. 

Los que se oponen a este disparate, entre los que me cuento, han tenido que apechugar con denominaciones tan degradantes y lesivas como las de fascista, intolerante y mentiroso, simplemente por no aceptar aquellos argumentos que, por el método del trágala perro, ha impuesto un simple servidor de la Administración pública aunque ese servidor lo sea de alto rango y ostente la condición de presidente del Gobierno. Poco importa que la mitad del país esté a estas alturas en la calle exigiendo que no se cumpla lo pactado y que no se condone a los sediciosos los delitos a los que han conducido sus comportamientos. Esa mitad del país que inunda plazas y avenidas en todos los centros urbanos grandes o pequeños del territorio, han pasado a ser considerados malos españoles y sus argumentos están se dan pot nocivos para la paz y la concordia de la sociedad española.

Sin embargo, esta delirante carrera que volverá a colocar a Sánchez en la Moncloa, evidencia tal cantidad de hechos inexplicables que por sí misma ha sido capaz de disimular el verdadero perfil del Gobierno que nos deja y la gestión que ha coronado su ministerio. Estamos viviendo en un ámbito social y estructural insostenible que está condenado a empeorar si en lugar de enjugar la deuda las obligaciones contraídas por el Estado y los compromisos que han potenciado la renovación obligan a gastar mucho más de lo que no tenemos.

Estamos desgraciadamente inmersos en un escenario presente y futuro dominado por el famoso y detestable “qué hay de lo mío”. Y la deuda, pareja de baila de la inflación, amenaza con comernos a los ciudadanos de a pie a los que ya nos da miedo entrar en cualquier comercio. Es un miedo parejo pero al revés de los comerciantes, temerosos de que ya no entremos.

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