Opinión

El recuerdo del tío Óscar

A toro pasado es como suelo ver la ceremonia de entrega de los galardones que concede la Academia de las Artes Cinematográficas, las estatuillas que, según una de las secretarias que participó en la organización de la primera edición del premio, se parecían a su tío Óscar, El tedioso acto es todavía menos atractivo que nuestros premios Goya porque estos se desarrollan en inglés y los presentadores se empeñan en introducir chistes que ni nos vienen ni nos van y además, traducidos al español, no tienen la menor gracia.

La ventaja de verlos en diferido es que uno puede saltarse periodos enteros de la ceremonia sin que pase nada y sin que pierda valor si es que alguna vez lo tiene. El único aliciente es conocer a quien le han caído los premios gordos del  sorteo y acercarse más de la cuenta a las estrellas de Hollywood, algunas de las cuales, ya no resisten para colmo los planos más directos.

El protocolo de los Oscar contiene como cita prácticamente irrenunciable  la asistencia televisada al desfile de los invitados por la famosa alfombra roja –que no siempre lo es como se ha podido comprobar este año en cuyo pase, la “red carpet” ha mudado de color vaya usted a saber por qué- un prolegómeno que tiene una aplicación similar a las vueltas que dan los caballos de carreras por el padock antes de iniciar la competición para que los apostantes puedan contemplarlos en directo y determinar si hay carne y músculo suficiente  para fiar sus dineros a tal o cual purasangre. Aquí, quienes se pasean son las actrices y los actores luciendo sus mejores galas, vistiendo modelos atrevidos de altísima costura y abundando en la permanente contradicción que suele producirse cuando los mismos personajes que han trepado a las más elevadas esferas del oropel, el lujo y la fantasía, se empeñan en cargar sus discursos de mensajes solidarios y hondamente sociales. La solidaridad  enfrentada al glamur. La élite se da un garbeo por el mundo y de paso se acuerda de las que lo están pasando amargas, pero a distancia. Siente un pobre a su mesa.

El cine no debe pasar de ser lo que es. Cine y nada más, que ya es bastante y suficiente. Del mismo modo que el tiquitaca ha hecho un daño irreparable al fútbol nacional del que todavía no nos hemos librado, el compromiso sociopolítico del colectivo cinematográfico aquí, allá o en cualquier lugar, le está haciendo mucho daño al cine. Hagamos cine bueno, dejemos  la política a los que saben y lo demás vendrá de añadido. 

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