Opinión

Recuerdos de antaño

La historia de los acuerdos políticos entre gobierno y oposición no es lo que se dice muy dilatada en España y es posible que la primera referencia haya que buscarla en el abrazo de Vergara. Escenas de relativo consenso se produjeron con cierta facilidad en algunos pasajes del reinado isabelino y se manifestaron con mayor rigor e intensidad tras el paso de la I República, cuando el malagueño Cánovas se convirtió en jefe de Gobierno del rey Alfonso XII y supuso que lo mejor para el país era entenderse con el rival. Fue por tanto él mismo quien determinó crear un partido a la izquierda del propio, y se convenció de que el personaje en torno al cual debía concretarse esa opción no podía ser otro que el veterano progresista riojano Práxedes Sagasta al que convenció para que retornara a la arena política y aceptara la jefatura del progresismo, una operación que muchos de los viejos combatientes liberales y republicanos de la etapa anterior como Manuel Ruiz Zorrilla o Nicolás Rivero no aceptaron. No consiguieron ellos otra cosa con su cerrilidad que borrarse de la escena política y auto descalificarse para mantener su presencia en los tiempos nuevos, pero su error apenas tuvo trascendencia en un escenario político preparado para consolidar la Corona que funcionó sin problemas a pesar de la prematura muerte del rey y que consolidó precisamente cuando su viuda le sucedió en el trono en calidad de reina gobernadora. El entendimiento entre las cabezas del bipartidismo siguió manifestándose, aunque menos intenso, con Maura y Montero Ríos, y volvió a mostrar su  aspecto más resolutivo y práctico con Eduardo Dato y su buena relación con su paisano Canalejas y con el conde de Romanones. Incluso se manifestó en situaciones históricamente límites con el propio Romanones y Niceto Alcalá Zamora. Y en estas condiciones de generosidad y pragmatismo no volvió hasta Suárez y González y ya no se dio más.

Feijóo, vencedor no suficiente de las elecciones, ha manifestado su deseo de abrir conversaciones con Sánchez pero estas no se producirán aunque sería deseable que el presidente en funciones y perdedor –no se olvide- de estos comicios aceptara el requerimiento y se aviniera a pactar al menos unas comúnmente aceptadas líneas rojas. El problema es que no solo no lo quiere hacer sino que no puede porque si lo hace no será presidente. Y eso es a lo que Sánchez no va a renunciar. Sería bueno para el país pero el país, una vez ha votado, ya no cuenta ni pincha ni corta… 

Te puede interesar