Opinión

La red y la miseria

En estos meses de verano en los que todo el mundo está pendiente de la crisis de Grecia, las decisiones de los nuevos ayuntamientos, el arreón poderoso de Obama impulsando leyes de notable repercusión social que coronen su etapa en la Casa Blanca, y hay unas ganas locas de salir de estampida y buscarse una sombra, una playa y un tinto con gaseosa, he de admitir que no le he dado al lío del tenis el necesario tratamiento, entre otras cosas porque estoy tan confundido como lo estaba Dinio antes de descubrir que lo suyo era el porno tras sacarle los cuartos a la pobre y cándida Marujita a la que Dios tenga en gloria.

No creo que el hecho de que la selección de Copa Davis tuviera por primera vez en su historia una mujer por capitán fuera motivo bastante para encender la mecha de una revolución en la que han participado todos los tenistas del cuadro masculino con Nadal el primero y el que ha dado en esta historia un decisivo paso al frente. De hecho, si así fuera, seríamos unos malditos machistas, brutales y pagados de propio egoísmo y estoy en suponer que esto no es así y que existen otras razones para que la situación haya acabado definitivamente con Gala León a la que, en mis cortas entendederas, considero la víctima inmolada de toda esta fiesta de oscuros intereses. Gala León ha sido destituida con carácter fulminante en cuanto ha caído Escañuela sin que la antigua campeona tuviera posibilidad de demostrar lo que valía porque, para empezar, ninguno de los jugadores españoles con presencia en el cuadro se han dignado siquiera a cogerle el teléfono.

Es un episodio malo, turbio, desagradable, innoble y feo. Todos hemos perdido en este contencioso. El tenis, el primero.

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