Opinión

El rito de la novatada


La primera impresión sentida tras ver el vídeo grabado con un teléfono desde la calle en el que un sujeto al borde de la histeria desgrana a voz en cuello una catarata de aberraciones con acentos guturales y salvajes, simplemente sobrecoge. La filmación abrió los informativos de mediodía en varias cadenas de televisión y los espectadores se quedaron (nos quedamos, mejor dicho) pegados a la silla. Pero el último acto de este episodio siniestro ofreció para un observador avezado, una clave que permite saber qué estaba pasando. Tras el final de la letanía de barbaridades recitada desde la ventana de un colegio mayor de Madrid por un tipo de discurso feroz y vejatorio contra un colegio mayor femenino vecino, todas las persianas de la fachada se elevan a la vez y todas las luces de los cuartos se encienden. Asistíamos a la escenificación de una novatada, uno de los muchos y desagradables protocolos para la aceptación de nuevos residentes, que pertenecen  a la vida cotidiana de un colegio mayor y que aún se utilizan aunque no estén oficialmente permitidos y ante los que las direcciones de los establecimientos suelen mirar a otro lado. 

Antes, estos ritos formaban parte activa de las ceremonias de integración de promociones recién incorporadas al servicio militar, academias castrenses y otros centros con gente joven entre ellos los colegios mayores, pero esas prácticas han ido desterrándose aunque, como se advierte en esta filmación, no del todo. En este caso, los colegiales del Ahuja no han hecho otra cosa que repetir el rito que llevan celebrando desde hace más de cuarenta años y que cuenta con la complacencia y colaboración de sus vecinas y colegas del Santa Mónica. En él, uno de ellos lee un texto atroz preparado por veteranos, que acaba con levantamiento de persianas. Las chicas responden con otro torrente de barbaridades y hasta el año que viene… La diferencia es que ahora hay cámaras muy precisas en los móviles y este año alguien grabó el ceremonial y lo mando a la tele. Y se armó

Esta zafiedad no es cosa ni del presidente del Gobierno, ni del jefe de la oposición ni de la ministra de Igualdad -cuya interpretación de los hechos atribuida a la mala educación sexual es ridículo-  sino de la dirección de ambos centros que llevan años haciendo la vista gorda por considerarlo cosa tradicional y fruto de los pocos años. Pero esta vez hay cámara de por medio. El episodio nada tiene que ver ni con el machismo ni con el maltrato sino con la pura imbecilidad. Y nada más.

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