Opinión

El santo verdiblanco

El fenómeno de beatificación popular que ha producido el futbolista Joaquín como figura central de un programa de entretenimiento emitido por una televisión privada, debería poder explicarse en función de la bonanza y serenidad que disfruta un país situado en la senda correcta. Joaquín es un personaje entrañable y querido, que se pasea visitando cada semana un ámbito social distinto tratando de averiguar con estas apariciones en diferentes colectivos profesionales qué va a ser de él el día que deje el fútbol, argumento que funciona además como pretexto para que el jugador bético se siente ante un personaje popular y comparta con él determinadas confesiones que en muchos casos son reflejo de sentimientos personales muy profundos que incluso arrancan en el presentador y en el presentado un buen puñado de lágrimas. La personalidad de Joaquín, su candor, su nula experiencia en materia de comunicación y el carácter conciliador y franco del veterano exterior verdiblanco hacen el resto y producen una hora de buen rollo y diversión libre de turbulencias y maldades que a todo el mundo le apetece escuchar. Poco importa que en ocasiones el guión se caiga, poco importa que a Joaquín se lo coma el invitado de vez en cuando, y poco importa que desfilen por pantalla blanduras excesivas, reflexiones de colegial y más posproducción de lo que se puede averiguar a simple vista para disimular errores. El asunto funciona porque Joaquín es un tipo estupendo y porque estamos en un ámbito muy castigado: por la pandemia, por la Putin, por la inflación, por la subida de los alimentos, por los carburantes, porque vamos a pasar frío en invierno y porque se ha acabado el verano… Por todo eso y por muchas cosas más, Joaquín es, a día de hoy, un personaje de primera plana.

Por tanto, este triunfo de futbolista en una función completamente distinta a la que realiza cada fin de semana vestido de corto –el dice con su habitual gracejo que ahora, con cuarenta y un años, juega menos que el portero suplente de Oliver y Benji- no se debe a la situación idílica de un país sino por todo lo contrario. Los habitantes de un territorio convulso, con graves problemas políticos, económicos y sociales, mal administrado y peor gobernado, prefieren asistir a espectáculos alegres, que sentarse delante del televisor y ser testigos de los telediarios.

No me extraña, la verdad. A mí también de cuenta incluso leerme los periódicos.

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