Opinión

La última misión

Leticia Sabater es una de esas criaturas inclasificables y a menudo necesarias de ternura y comprensión que hacen el camino con un arma cargada en cada mano con las que se disparan indistintamente y cada dos por tres en sus propios pies siendo además conscientes de que esos disparos son los que les permiten seguir caminando. Si Leticia Sabater no apelara a protagonizar un auténtico disparate cada determinado tiempo, hace mucho que se hubiera sido relegada al más fúnebre y lastimoso de los olvidos. Se hubiera reconvertido en funcionaria del ministerio de Administraciones Públicas o se hubiera retirado pacíficamente a su acomodado barrio natal de Barcelona y aquí paz y después gloria suponiendo que en su barrio natal que era muy de gente de orden la aceptarán en su vuelta a casa. Pero esta mujer probablemente problemática para su familia y irremediablemente descarriada que ha traspasado ya la barrera de los cincuenta años y hace ya algún tiempo que dejó sus encantos prendidos en un mojón de la carretera, no se puede permitir el lujo de abrazar mansamente la normalidad si quiere seguir manteniendo viva la llama. Necesita recordarle al público asistente que todavía le queda cuerda y que la resignación es para los cobardes.

Hace tiempo que esos disparos que ella misma se administra están tocando órganos sensibles pero la vida es muy corta y no merece ser vivida  en la soledad de un aburrido santuario. Por eso, más vale arriesgarla al límite e incluso caer en la refriega que aceptar con modestia y rendición la retirada.

Acabo de leer que pronto será la protagonista de un programa de televisión que distribuye su tiempo cambiando radicalmente por dentro y por fuera a sus concursantes. En definitiva, que el asunto va de eso. De tomar un producto que ya ha dado de sí todo lo que tenía y otorgarle un completo y traumático cambio… y si sale con barbas San José y si no, la Purísima Concepción. Se someterá a una operación estética y se pondrá en manos de especialistas que tratarán de variar por completo su apariencia. Nadie ha dicho nada de que se incorpore al programa un competente equipo de neurocirujanos y siquiatras para ponerle en orden lo que más le hace falta. Es decir, el cerebro.

Con medio siglo a cuestas y un historial que pone el vello de punta esto suena a una misión suicida que o te revive o te mata.

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