Opinión

Un mundo (in)feliz

La sociedad del bienestar que nos ha acompañado buena parte de los años finales del siglo XX y los iniciales del siglo XXI, ha marcado nuestras vidas aunque es muy posible que no nos la pudiéramos pagar ni entonces ni ahora. Son planteamientos que nos ha acostumbrado a un exquisito nivel de vida y nos ha aguzado unos estándares de exigencia cuya financiación ha ido acumulando desequilibrios socio económicos cuya deuda creciente los sucesivos gobiernos regionales y centrales han ido apuntando en la barra de hielo convencidos sus representantes de que era mucho peor contar la verdad al contribuyente que hurtarle de sus derechos a vivir bien y a ser bien atendido. Esta situación podría prolongarse hasta que la propia naturaleza de la estrategia mandara parar, los recursos se agotaran por completo y los agentes externos e internos decidieran finalmente advertir que no se podía seguir financiando semejante paraíso.

Sospecho que hemos llegado a este estado límite. Factores exteriores de trascendencia evidente y generados por sorpresa como la guerra de Ucrania y la aún no superada influencia de tres años de pandemia, han llegado a nuestra vidas poniéndolo todo perdido si bien tampoco hay que olvidar otros propios y de carácter endémico capaces de ir horadando sin prisa pero sin pausa la capa de revestimiento que trataba de aislar el mundo de la ilusión tan cuidadosamente creado del de verdad hasta llegar a la nuez del asunto verdadero. Cualquier ciudadano con dos dedos de frente y capacidad para desarrollar un pensamiento ecléctico y libre de fobias y filias reflexiona y comprende que nuestra concepción del reparto geopolítico alienta los desequilibrios interterritoriales y significa y agudiza las carencias en unos en comparación con las exuberancias de los otros, permitiendo el crecimiento asimétrico y fomentando los tratamientos desparejados impuestos por razones de afinidad o servidumbre política.

Hoy comenzamos a padecer alarmados los problemas que asoman a unas infraestructuras que han dado de sí todo lo que pueden dar y a las que se les ven las costillas. La Sanidad pública es una de ellas, pero también la administración de la Seguridad Social que está colapsada y por supuesto, la de la Justicia. No vienen tiempos buenos porque esto comienza a tener una cura difícil. El mundo, históricamente no puede ser eternamente feliz.

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