Opinión

Vibrante alegato

Escuché ayer el pasional alegato pronunciado en la tribuna de oradores del Congreso por la vicepresidenta Yolanda Díaz quien, con independencia de confundir el mecanismo de un debate de investidura con un mitin callejero, recitó de corrido todas las cosas que ha dejado de hacer en su condición de vicepresidenta del Gobierno y responsable de la cartera de Trabajo. La larga lista de materias pendientes de arreglo son en su mayoría competencia de su departamento, por lo que las duras críticas que pronunció en el estrado iban dirigidas paradójicamente contra sí misma y contra el ejecutivo del que forma parte, aunque ella tratara de disimular ese aspecto tan trascendente de la intervención echándole la culpa a Feijoo que si bien ha gobernado en Galicia, nunca lo ha hecho para todo el país. Ella sí, y lleva cuatro años ejerciendo esas responsabilidades.

Díaz se volcó en su cruzada, en defensa de los desfavorecidos sociales y económicos, en la de los heterogéneos, y en la necesidad de consolidar y mejorar más aún el hecho
de la España plural y su riqueza cultural que proporciona la singularidad de sus territorios, discurso con el que no puedo estar más de acuerdo. Igualdad de retribuciones y oportunidades para hombres y mujeres, respeto máximo y cobijo legal y social para colectivos no convencionales, confianza y apoyo a las promociones más jóvenes, conservación y fomento de las peculiaridades de las distintas tierras que conforman esa España generosa, respetuoso abierta, magnánima y tolerante… son presupuestos que
forman parte del nuevo perfil de la sociedad del siglo XXI, que no admite marcha atrás y en cuya labranza se han distinguido todos sus hombres y mujeres de buena voluntad y compromiso que son, en mi opinión, dominantes y mayoría entre sus habitantes.

Sin embargo y en su intenso y bien estudiado alegato, la vicepresidenta olvidó añadir que una cosa es la pluralidad regional y otra muy distinta el deseo de independencia y la vulneración del código de justicia para lograrlo. Comprender a los catalanes y asumir y fomentar sus usos y costumbres seculares, nada tiene que ver con condonar una larga cadena de delitos gravísimos que incluyeron todas las modalidades, desde apología del terrorismo hasta pretensiones inconstitucionales, de atentados y desmanes a prevaricación y apropiación indebida de caudales públicos. Una cosa es bailar la sardana y otra proclamar unilateralmente la independencia. Digo yo, claro.

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