Opinión

Vuelta a la casilla cero

Algunos de los expertos en materia de análisis político con proyección histórica, no dudan en señalar la Huelga General del 88 como una de las fechas claves en la definitiva consolidación de la democracia. Aquel día 14 de diciembre no solo acogió la primera gran huelga de los tiempos posteriores a la muerte de Franco, sino que se produjo durante el mandato de Felipe González a la cabeza de un Gobierno monocolor socialista.

Esa es precisamente la clave que manejan los estudiosos para otorgarle al episodio la máxima trascendencia. Tanto Antonio Gutiérrez el recién llegado a la cúpula de Comisiones Obreras como Nicolás Redondo que seguía al mando de UGT, alzaron la voz para expresar su enorme descontento con un Gobierno al que se consideraba afín a sus planteamientos sociales.

Y su actuación significó un paso más en la consolidación de los protocolos que definían y alentaban la constitución de un Estado maduro y plenamente democrático. La ruptura de ambas centrales con los partidos políticos con los que aparecían históricamente ligados, -el Partido Comunista y el Partido Socialista Obrero- A Gutiérrez, que llegaba de refresco para sustituir al veterano luchador Marcelino Camacho, no le costó ningún trabajo porque no tenía afectos con el viejo PC al que apenas le debía nada.

Pero a Redondo, esa quiebra le costó el alma. No solo hubo de poner distancia con el PSOE que ahora gobernaban universitarios de traje y corbata que ya no le hacían ningún caso y no tenían de obrero ni siquiera el nombre, sino que la maniobra le costó para siempre la amistad con Felipe González. Nunca jamás se restañó y nunca volvieron a dirigirse la palabra.

Pero esa huelga que paralizó el país e hizo saltar las alarmas en un Ejecutivo socialista nutrido de personajes de élite amparados bajo el paraguas exclusivo y estético e la socialdemocracia, se convirtió no ya en inevitable sino y sobre todo, en completamente necesaria. Las centrales obreras a defender al obrero por su lado, y los partidos políticos de izquierda a gobernar y legislar desde las tribunas parlamentarias.

Desgraciadamente, tanto el nuevo PSOE como los nuevos dirigentes sindicales han vuelto a la casilla cero y han vuelto a unificarse, lo cual es dramático especialmente para los trabajadores, condenados a tragar lo que el Gobierno dicte, y abocados a manifestarse solo si los que deciden son de derechas. Y en esas estamos.

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