Opinión

El western como pasión

Todo el mundo que me conoce sabe que me fascina el western. Al fin y al cabo, la epopeya del Oeste es uno de los grandes fenómenos migratorios del tortuoso siglo XIX y define el escenario político, social y económico de un gran país en ciernes recién salido de una sangrienta guerra civil. Todos los trascendentales procedimientos que se consolidaron en años posteriores y que afectaron al resto de los países del mundo incluyendo el nuestro, se forjaron por tanto en ese universo desgarrado y salvaje que implicó la búsqueda de una nueva frontera, la peregrinación en masa de gentes llegadas de todos los rincones del planeta desde la costa atlántica de una nación en ciernes y con todo por descubrir hasta la opuesta en el Pacífico.

En medio de las dos se extendía un territorio infinito, desnudo y hostil de más de cuatro mil kilómetros y hoy con seis husos horarios distintos –cuando Nueva York se levanta para trabajar en Los Ángeles son las cuatro de la madrugada- que los pioneros hubieron de recorrer a caballo o en carretas hasta que el ferrocarril acabó comunicando ambas orillas en 1869.

El western para mí es por tanto motivo corriente de entretenimiento y una fuente incesante de cultura a la que está contribuyendo con carácter decisivo Quintin Tarantino al que le apasiona y le inspira. Aplica una sana deconstrucción del mito y rinde culto al spaghetti que los culturetas de la cinematografía denigran por el mero placer de denigrar. Acabo de leer en un diario de tirada nacional un artículo sobre su última producción llamada “Los odiosos ocho” que firma uno de los grandes santones de la crítica cinematográfica –el impar Carlos Boyero- en el que se califica el spaghetti western como género “horroroso y degradante” sin atender a necesarias y justas distinciones.

Los gurús de la crítica sobre el séptimo arte se permiten licencias que en otras actividades costarían multa y quizá un año de cárcel y no se avienen a discutir lo que ellos consideran innegociable. Algunos suponen que tras “El acorazado Potemkin” no se ha hecho una película que merezca la pena, pero, en definitiva, solo son opiniones personales. Yo adoro el spaghetti western, lo que no significa tragar con todo lo que rodaron en Almería españoles e italianos. El dúo Morricone-Leone esta en la cumbre. Lo digo yo y lo dice Tarantino. Y no se hable más.

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