Opinión

Al Papa Francisco

Santidad: quien arriba firma le escribe desde una pequeña diócesis de Galicia (España). Un católico por herencia y convicción, pecador donde los haya. Ourense está jalonado por santuarios marianos a los que los creyentes adoran. Desde Ourense le envían a Su Santidad en Navidad una pularda de una empresa modélica (Coren), que entrega toneladas de alimentos para esta Galicia que sufre la maldita crisis como casi todos los pueblos de España. 

Dicho esto, Su Santidad ha llegado al frente de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana como un aire fresco del que tan necesitado estaba. En su alocución –pues lo que se dice “felicitar” no felicitó- a la Curia Romana, dejó plasmadas quince enfermedades que padece ésta y, me atrevo a decir, muchas de las curias que hay en el mundo. Me imagino la cara que habrán puesto muchos cardenales -decir todos quizá sería exagerado- según Su Santidad iba desgranando sus máximas. Y, Santidad, ¿quién mejor que usted habrá sabido lo que al finalizar la “felicitación navideña” habrán dicho entre ellos cuando les dijo: “Una Curia que no trata de mejorar es un cuerpo enfermo”, señalando “la acumulación de dinero y poder o el alzheimer espiritual”. Porque hasta ahora, que yo recuerde, y conocí a Pío XII, Juan XXIII, Juan Pablo I, San Juan Pablo II y Benedicto XVI, no se había hablado tan claro.

Hay curias por estas tierras de Dios que padecen las enfermedades que usted ha señalado en su mensaje. Y no sólo curias, que la Iglesia somos todos, sino que en tiempos no muy lejanos aquí en las Españas, hubo miembros de una Prelatura cuyo fundador ha sido proclamado santo, que ostentaron el poder político durante muchos años y no dejaron de mirarse el ombligo, no dándonos a los creyentes unos ejemplos a imitar.

Ahora hay otros que se manifiestan católicos, pero que son “corruptos políticos, empresariales y eclesiásticos”, como dice Su Santidad: “Es un mal más grande que el pecado, es un mal que más que perdonar hay que curar”. Y encima olvidan que iban a cambiar la ley del embarazo, un eufemismo que mata inocentes, y que proponen una “falsa compasión, que favorecer el aborto es ayudar a la mujer”, como bien ha señalado Su Santidad.

Estamos atravesando una crisis económica, moral y social. Como usted bien dice, “¿qué dignidad podrá encontrar una persona que no tiene el mínimo necesario para vivir o no tiene trabajo?”.

Y no quiero alargar esta carta, pero sí señalar lo que Su Santidad afirmó: “El verdadero pastor no tiene miedo a ensuciarse las manos: Va a donde debe ir. Arriesga su comodidad, su carrera eclesiástica…”. ¡Qué palabras tan hermosas y tan viejas, y tan, en muchos casos, no realizadas! Algunos, como quien le envía esta misiva, hemos padecido durante muchos años por defender lo mismo que eso por lo que el intelectual y economista francés Guy Sorman lo acusa a usted en el diario madrileño de las tres letras. Que cuando “era arzobispo de Buenos Aires defendía una ideología extendida entre todos los jesuitas de Iberoamérica, próximos a la Teología de la Liberación y en guerra contra el Opus Dei, que era procapitalista”. Recuerde aquel pasaje del Quijote: “Ladran, luego cabalgamos”.

Santidad, es usted un aire fresco del que estaba necesitada nuestra Iglesia, y por usted rezamos quienes creemos que la verdad nos hará libres. Que el Dios Todopoderoso y Eterno lo bendiga y el Espíritu Santo lo siga iluminando.

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