Opinión

Alicia en el país de las maravillas que no lo es tanto

No sé si es una característica general en nuestro país o es un tema puntual que observo con relativa frecuencia y por casualidad, pero ya empieza a preocuparme nuestra costumbre de mirar hacia fuera y concluir que todo es mejor más allá de nuestras fronteras y, en lo que a igualdad se refiere, cuanto más al norte mejor. A ver… no somos perfectos y distamos mucho de serlo. Eso está claro. No vamos a presumir de falsas realidades. Lo que también es obvio es que en los últimos años, en el ámbito de la igualdad entre hombres y mujeres, las cosas han mejorado mucho en España. Me sigue preocupando sobremanera la elevada cifra de estudiantes en bachillerato y universidad afectados ya sea como actores o víctimas, por situaciones de maltrato de género y de ello tendremos que hablar más adelante.

En todo caso hoy quisiera enfocarme en ese obsesivo gesto nuestro de mirar hacia “el norte” para buscar la perfección en la convivencia entre hombre y mujer. Los últimos datos del Instituto Europeo de la Igualdad de Género ponían a Suecia, Noruega, Finlandia, Francia o Dinamarca en el top ten de los más igualitarios pero el tema cambia de tono cuando nos centramos en la violencia de género. Ahí nos llevamos la gran sorpresa al constatar que los países mencionados por encima de la media que en el último estudio del IEIG se situaba en un 27,5%. Ahora sorpréndanse, España y Portugal quedamos por debajo de ese dato porcentual con un 25,2 y un 24,5 respectivamente. La incidencia de la lacra de la violencia de género en España y Portugal es inferior a la de los países a los que apuntamos mentalmente como ejemplos a seguir. 

No lo son. Nos estamos equivocando al buscar lo bueno fuera de casa. De hecho cada día son más las personas que conocen nuestro país y lo califican como ejemplo de felicidad ¡Y no somos noruegos! Perdónenme el sarcasmo pero hasta los noruegos quisieran tener familias como las nuestras que se apoyan hasta donde haga falta y padres, hijos y amigos en general tan cariñosos como los españoles. Somos felices pero por algún extraño motivo que no acierto a comprender siempre buscamos buenos ejemplos fuera.

No nos restemos valor. Igual el índice de felicidad radica en eso, en valorar lo que tenemos y lo que somos y en disfrutar con las pequeñas cosas que al final vienen a ser las importantes. 

En Noruega, país sinónimo de felicidad cuyos ciudadanos valoran al extremo todo lo que tienen, se suicidan cada año cerca de 500 personas y la violencia de género experimentó un incremento de un 12 por ciento según el último estudio del Instituto Europeo de la Igualdad de Género. Y no olvidemos que son felices pese a que en una ciudad como Oslo cerca de 20.000 niños viven bajo el umbral de la pobreza y a pesar también de los problemas de integración que sufren muchos extranjeros que van al norte en busca de esa felicidad tan pregonada y se encuentran con que socializar con suecos o nórdicos es un sueño prácticamente inalcanzable.

¡Qué concepto tan ambiguo puede ser el de la felicidad!

Seamos objetivos y observemos nuestra realidad con el mismo orgullo que los nórdicos ven lo suyo a pesar de su falta de empatía o sus reconocidos problemas en los ámbitos de la salud mental o la sexualidad. En España estamos haciendo muchas cosas bien y una de ellas es mantener nuestra esencia como personas, afectuosas, expresivas, solidarias y familiares. 

No nos engañemos con las bonanzas ajenas pero tampoco menospreciemos lo nuestro. Ya lo remarcaba hace escasos días un reconocido médico ourensano señalando que “en ninguna parte del mundo se hace algo que no hagamos aquí”. Una gran observación aplicable a muchos ámbitos y que contribuye a mi concepto de que si hacemos evaluación global de nuestro país, posiblemente nos quedemos con nuestra realidad. Otra cosa son los avances generados por las administraciones y las acciones políticas. El gobierno de España todavía tiene mucho que hacer en favor de la igualdad y en la lucha contra la violencia de género pero el camino recorrido hasta ahora me hace pensar que vamos por la senda correcta. 

No voy a sacar más datos ni estadísticas. Solo concluyo animándoles a ver lo bueno de nuestras gentes a nivel general como ejemplo de convivencia y bienestar para las mujeres y los hombres. Y hablando de ellos solamente un apunte más, con su permiso: los hombres españoles no son como los noruegos, suecos, daneses o finlandeses ni falta que nos hace. Aquellos tienen sus virtudes y sus defectos y los españoles también pero no quisiera tener que hacer una columna comparando los unos con los otros porque estoy totalmente convencida de que la balanza se inclinaría a favor de nuestros padres, maridos, hermanos, hijos y amigos en general.

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