Opinión

Mujeres mayores y violencia

Escribimos y leemos todos los días desgraciadamente sobre casos de violencia y los datos que encontramos revelan que cada vez son más jóvenes las mujeres que sufren violencia machista. Ya lo abordamos en alguna ocasión y, lejos de mejorar, la situación ha empeorado. Jóvenes que no ven el problema y lo simplifican diciendo que si las controlan es porque las quieren, que si las agreden es por amor. Sin duda un tema grave que hay que abordar desde su raíz.

Dicho esto, hoy quiero entrar en otro sector poblacional, el de las mujeres mayores de 65 años. Dentro de este fragmento de población tan solo un 2% se ha atrevido a denunciar su situación de maltrato. Violencia sufrida en soledad a lo largo del tiempo que sigue siendo invisible. Mujeres que nunca se rebelaron y que sufrían en silencio con familias que callaban condicionadas por el qué dirán, el entorno social que esperaba resignación por parte de las mujeres.

Esta violencia machista es totalmente diferente y hace que la mujer mayor víctima de esta situación tenga unas características específicas y complejas a la hora de poner fin a esta lacra. Muy valiente tiene que ser una mujer de esa franja de edad para denunciar su situación y mucho tiene que haber sufrido para llegar a una comisaría de policía a explicar su situación. Un paso que también suelen dar solas.

Su forma de vida a lo largo de los años las ha condicionado. Son mujeres con dependencia económica, acostumbradas a pedir autorización a sus maridos para abrir una cuenta bancaria o hacer cualquier trámite. Mujeres desprotegidas a las que los propios hijos exigían resignación, aguantar por el bien de la unidad familiar. Ellas vivieron en una cultura del sufrimiento intradoméstico en la que el maltrato era asumido como algo normal.

Afortunadamente no todas las mujeres de principios del siglo XX sufrieron violencia machista en el ámbito doméstico, pero si es cierto que, a día de hoy, algunas de esas mujeres que tienen por encima de los 80 años sufren, en soledad o todavía con sus parejas, las secuelas de esa cultura de la sumisión y resignación. A modo de anécdota, recuerdo a una pareja que observe hace años, cuando trabajaba en una residencia de mayores. A simple vista parecía llevar una relación normal. Él estaba en silla de ruedas y ella le acompañaba en silencio y atenta a él en todo momento. Ella se limitaba a estar a su lado y seguir las instrucciones que le daba. No se apreciaba nada extraño pero la sorpresa llegó cuando el hombre falleció y ella dio un giro de 180 grados. De repente surgió una mujer conversadora, muy agradable al trato, una mujer que hacía grupo… Ahí nos dimos cuenta de que había estado subyugada a su relación. Fue un cambio sorprendente.

No cabe duda de que no se trata de un caso único. Son muchas las mujeres mayores que viven hoy las consecuencias de relaciones tóxicas que soportaron en soledad. Hay que intervenir. Ayudar a esas mujeres que pensaban que habían venido al mundo a hacer lo que toca y no a ser felices. Mujeres que fueron educadas hacia la dependencia económica y emocional, creyentes de la indisolubilidad del matrimonio y que vivieron al lado de hombres que las dañaron cuando menos en su autoestima y en su forma de ver la vida.

Esas mujeres, olvidadas e invisibles para la sociedad, deben ser amparadas por todos nosotros por todo su sacrificio y por todas sus renuncias. Mujeres mayores que tuvieron que asumir el maltrato como algo natural por el arraigo a la cultura del sufrimiento y el desconocimiento de otro tipo de relación y de sus propios derechos hoy en día.

No se trata de sensibilidad. Se trata de justicia. 

Te puede interesar