Llevo todo el día buscando esa mierda a la que me mandó el alcalde de la ciudad. “Váyase a la mierda, váyase a la mierda, váyase a la mierda”. Hasta tres veces me lo repitió agarrado al volante de su coche y jaleado por su acompañante. Llevo tiempo dando la lata para que ciudadanos y, sobre todo, autoridades municipales, respeten los espacios públicos, tales como bancos y demás. Antes incluso de entrar en la era Jácome.
Desde que el alcalde se convirtió en vecino del Parque de San Lázaro, ha cogido la mala costumbre -aunque no es el único- de aparcar su coche pegado al banco público situado en una esquina de esa calle y muy utilizado por los ciudadanos. Y allí estaba ayer, con el morro de su coche pegadito al banco impidiendo su uso a los vecinos y dando un mal ejemplo de civismo y ciudadanía.
Para llamar su atención me metí entre el coche y el banco tratando de hacerle ver lo difícil que resultaba. Confieso que si quiero, y a veces sin querer, puedo ser borde y hasta agresiva. En este caso -y tengo testigos- fui sumamente calmada y me limité a hacerle ver con gestos que no estaba bien aparcar allí. Primero me gritó que fuera a protestar a La Región -aquí estoy-. Cuando me acerqué para pedirle civismo, me mandó tres veces a la mierda.
Reconozco que mandar a la mierda a alguien puede estar justificado y relaja mucho cuando se acaban los argumentos o el opositor se niega a razonar. Ayer no pasó nada de eso. Me habían contado que el mismo señor alcalde mandó a “tomar por culo” a una pareja que no mostró placer en utilizar las pasarelas eléctricas de la calle Concordia. Me costó creerlo. Ayer me lo creí.
Ayer, en cierto modo, sentí que también me mandaban a la mierda el PSOE y el PP, que con sus miserias provincianas han hecho posible, una vez más, que tengamos un alcalde capaz de mandar a la mierda a sus vecinos. Menos mal que, por lo menos, me trató de usted.
