Opinión

La trágica historia de los Franciscanos en Ourense

El autor de este libro, el franciscano don Doroteo Calonge, lo subtitula: “Monografía crítico-vindicativa“ y deja claro en la introducción del mismo que su propósito al escribirlo es replicar a distintos historiadores locales, entre ellos al Archivero de la Ciudad don Adriano de la Seca y a don Benito Fernández Alonso, cronista oficial, a lo que ellos y otros escribieron sobre la turbulenta historia de los Franciscanos desde su llegada a esta ciudad allá por el siglo XIII. El libro es un derroche de datos e investigación sobre la historia local relacionada con los frailes. Tiene 440 páginas, 31 fotografías y está impreso en la imprenta del Monasterio de Oseira.

El que peor parado sale en esta historia es el Obispo don Pedro Yáñez de Novoa, a quien se acusa de estar detrás de un incendio intencionado en el primer convento que tuvieron los franciscanos, e incluso asesinatos ocurridos en el mismo. Hasta la Santa Sede recriminó al tal Obispo sus maldades y persecución contra los frailes.

Cuando se publica este libro en 1949, los religiosos franciscanos tenían su convento, el tercero, en el Parque de San Lázaro, pero su primer convento en el que permanecieron más de 40 años, estaba situado en la Plazuela del Corregidor en una casa donada por el Obispo allá por el siglo XIII. De allí pasarían al más importante, el de San Francisco, convertido más tarde en cuartel militar.

Cuando los frailes consiguen librarse del perverso Obispo, al que el Papa ordena construirles un convento nuevo, comienzan la construcción del que sería su gran convento, apadrinados por la ilustre familia de los Novoa, a la que pertenecía el Obispo malvado. En los capiteles de la Iglesia se esculpirían escenas alusivas a las terrible luchas entre el Obispo Yáñez y los frailes.

La desamortización de Mendizábal trajo la expulsión de los religiosos y el edificio fue adquirido en 1843 por el Ayuntamiento, quien lo cede a los militares, al entonces llamado Ramo de Guerra. En la actualidad el edificio del convento de San Francisco acoge varias instituciones públicas, entre ellas el Archivo Provincial.

Después del incendio provocado por orden del Obispo en el siglo XIII, que arruina el primer convento, comenzaron las obras del que sería el segundo y el único con categoría de tal. Se construye entre 1311 y 1332 pagado por los señores de la Casa de Manzaneda de Limia con claustro ojival y declarado monumento nacional en 1923. En 1882 ante la orden de instalar los cementerios fuera de las ciudades (el de Ourense estaba en la Plaza de la Magdalena), los frailes ceden un terreno al lado de su monasterio en San Francisco para que se construya allí el nuevo cementerio. La desamortización de Mendizábal y la expulsión de los frailes produce la ruina del convento.

El traslado al parque de San Lázaro

En junio de 1917 los franciscanos adquieren una casa en construcción en el Parque de San Lázaro, que se convertirá en su tercer convento y en el que permanecen hasta hoy. Al lado había un solar vacío en el que se propusieron instalar la iglesia de su anterior convento para salvarla de la ruina. Los militares, que ya ocupaban el antiguo convento, querían ampliarlo hacia el solar en el que estaba la iglesia y por el que pagaron 48.800 ptas que el Obispo cedió a los franciscanos, con lo que pagaron el traslado a la ciudad de lo que quedaba del templo.

Día grande para la ciudad

Así titulaba La Región en enero de 1928 la ceremonia de colocación de la primera piedra del nuevo templo en el Parque de San Lázaro. Se colocaron sillones de terciopelo para las autoridades, una mesa cubierta con damasco rojo y sobre ella una paleta de plata en la que el joyero Cimadevilla grabó la dedicatoria de los frailes a la madrina del acto, la marquesa de la Atalaya Bermeja, quien depositó la primera palada de cemento que cubrió un texto en el que se explicaba el acto para información de la posteridad. Hubo disparo de bombas, campanas al vuelo y música de la Banda municipal. El arquitecto encargado de la obra fue Manuel Conde Fidalgo y el contratista Manuel Seoane. Según cuenta el padre Calonge, todo el mundo estaba muy contento con la obra: solo se oponían don José Fernández Gallego y el arquitecto Antonio Palacios. Ambos cambiaron de opinión cuando vieron la obra acabada y el templo restaurado. Un año y unos meses después, nueva ceremonia para inagurar la iglesia. Otra vez autoridades, la Marquesa y la música en un acto lleno de solemnidad. Con el paso del tiempo aquel día grande se convertiría en polémica al ver cómo la mayoría del templo, excepto la fachada, era tapada por edificios que se levantaban a su alrededor sin ningún pudor y con el consentimiento de las autoridades, incluidas las encargadas de velar por el patrimonio.

(Fondo Biblioteca Diputación).

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