Opinión

¡Ay, qué dolor!

Ay, qué dolor! Esta exclamación es frecuente al tiempo que las manos cogen la cara como si esta se fuese a caer. Pero no se cae, ni el dolor proviene de ella, sino de lo que se esconde dentro de la boca: las muelas. Ay, las muelas, y entre todas ellas, las del juicio. ¿En realidad tienen que ver con el sentido común? ¿Por qué se les llama así? ¿Son sentencias por mal comportamiento? No hay que alarmarse, señores. Ustedes lo saben bien, queridos lectores. Claro, se les llamó así porque suelen aparecer entre los de 17 a 21 años, en los que se suponía que ya se había alcanzado la madurez, aunque a veces se tarda mucho más, y en ocasiones nunca se llega a caer del guindo. 

La naturaleza también tiene sus equivocaciones. Es la vida y sus misterios. Si esas piezas salen bien, todo el proceso es correcto, pero si por ejemplo salen torcidas, con esfuerzo… En fin, si salen traviesas... en su afán de ocupar un espacio importante junto a todo lo demás… pues, el infierno dental. Pero ahora lo de la adultez ya no sirve del todo, aunque queda bien. 

Un estudio de 2021, publicado en Science Advances, nos dice que la razón de su nacimiento retrasado, es que las mandíbulas son sencillamente tardías, y en “combinación con nuestras caras cortas” y que aparecen y crecen despacio a la espera de que “el punto dulce”, o sea su sitio idóneo esté disponible para su desarrollo. Momento este que coincide con las citadas edades. 

Por lo que dado que la dentadura está sometida a cierta presión al masticar la comida, al igual que la mandíbula, si las muelas del juicio aparecieran más temprano, las mandíbulas se verían dañadas. Por eso también están situadas en “la parte posterior de la boca, más cerca de la articulación”. Bueno, pues, incógnita desvelada. Otra cosa más para saber y comprender lo que el ser humano, tiene dentro, lo que lleva durante toda su vida consigo, sin conocer el por qué y el cómo tanta maravilla ocupa esos lugares concretos. Después vienen los estudios, la curiosidad y el descubrimiento, pero eso no es óbice para reconocer que todo ser viviente es una máquina prodigiosa y perfecta. Tan prodigiosa y perfecta que una arenilla invisible descompone todo el precioso mecanismo. La robótica pensada y hecha por hombres, es un mundo fascinante y paralelo, pero ¿llegará a tener tan siquiera la esencia de un pececillo?

Te puede interesar