Opinión

Campiología

Este mundo cuenta con exceso de tecnología avanzada, sofisticada, y expansiva, que opera en directo y a nivel universal al servicio del usuario. Los terrícolas poseen cientos de chirimbolos para comunicarse de punta a punta, o en giro superlativo, con quien quieran, a cualquier punto del planeta y en el momento que lo deseen. Y todo, para al final, acabar por no entenderse nadie con nadie. Las cosas son así. Pero no se crean estas generaciones modernas que las personas que las precedieron carecían de medios para enviarse comunicados, al margen de las cartas y recados orales.

Sus abuelos y bisabuelos también tenían sus métodos y sistemas de comunicación, mucho más simples, pero más cálidos y graciosos. Primero la expresión corporal, idioma que se ha practicado por todos desde el principio de los siglos, y que se puede entender por todos, más o menos. También existían bonitos métodos de comunicación, y varios tipos de lenguajes.

Por ejemplo el de los colores, las flores, el abanico y sus señas. Hoy nos quedaremos con este último sistema, conocido como campiología. El abanico era el auxiliar perfecto para una conversación íntima, por medio de señales, entre dos personas. Podían llevarla a cabo en público, pero nadie se enteraba de la misma, si exceptuamos a un buen observador, ducho en el tema.

Por supuesto era utilizado por las mujeres, pero lo entendían los hombres. Como es lógico, en cada cultura que lo practicaba, las señales eran diferentes, pero en el fondo cada una, indistintamente, decían lo mismo. Todo dependía de si el abanico se llevaba en la mano derecha o la izquierda. Cada gesto, cada movimiento, conllevaba un mensaje. Taparse la cara, o parte de la misma, como la boca, contar las varillas, abrirlo o cerrarlo de diferente forma, abanicarse rápido, cerrarlo lento, dejarlo caer, apoyarlo en la mejilla derecha o en la izquierda, prestarlo, golpearlo, sujetarlo con las dos manos, abrirlo y mostrarlo… En todos estos movimientos se escondían el amor, el enfado, el odio, el contento, la invitación, el sí o el no. En definitiva cualquier sentimiento anidado en el corazón. Siempre ha habido comunicación porque la inteligencia ha estado presente en cada minuto de la vida, y con inteligencia se ha podido salvar cualquier obstáculo que las novedades hayan podido imponer al entendimiento entre las gentes.

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