Opinión

Cigarrillos de altos vuelos

Hay quienes encuentran la vida fácil. Quienes tratan de satisfacer sus carencias sin necesidad de mirar a su alrededor. Yo quiero esto ya, se dicen a sí mismos llenos de su propia lógica que es la ausencia de ella. Y son felices. Es como el que no tiene corazón, dicho en sentido figurado, o no. O el que no tiene conciencia o la tiene tan elástica que por ella puede pasar un camello sin rozarse la piel. Son gentes maravillosas que generalmente carecen de problemas. Cuando por las mañanas se miran al espejo, ven algo fabuloso y se lo ponen encima para el resto del día. 
Creen que por donde pasan, pasa el sol aunque esté el cielo plomizo. Ellos son el sol. Son como niños grandes, caprichosos y un tanto crueles, que no les importa echar un avión abajo con tripulación y pasajeros al completo, porque piensan que ellos pueden volar sin más. Pero también hay gente vulnerable, con miedo, que no ve las cosas cómodas, gente normal que tiene sus momentos de crisis, de pánico, de desesperación, que sienten dolor y que dentro de esas circunstancias pierden el sentido de la realidad. Esto es lo que le pasó a un pasajero del vuelo de la aerolínea Lufthansa desde Munich a Vancouver, cuyo nerviosismo  obligó al comandante a aterrizar con urgencia en Hamburgo. 

El individuo en cuestión, presa del pánico y tembloroso como vara verde, pero muy educado él, obedeciendo ciegamente la orden de que no se podía fumar en el avión, quiso hacerlo fuera de él, y para ello intentó abrir la puerta trasera estando el aparato a 38.000 pies de altura.  O sea, un cigarrillo de altos vuelos. Nadie logró una hazaña semejante. Él tampoco. No le dio tiempo. Inmediatamente fue puesto a buen recaudo, suponemos que en el lugar de aterrizaje, donde pudo posar sus pies en tierra firme, libre de la tripulación y viajeros que le quisieran matar ante la posibilidad de morir ellos. Ya tranquilo, pudo sacar la pitillera y ver como el humo ascendía y su situación bajaba. Pero en paz consigo mismo, que eso vale mucho, calmaría sus nervios desbocados, mientras evocaría a Sara Montiel con la boquilla en los labios. Eso, si los próceres de la compañía, la policía y la opacidad del futuro inmediato se lo permitieron. Sea como sea, él calmaría sus nervios, pero al piloto le saltarían mientras oía con los pelos de punta: ¡aterriza como puedas! ¡Pero, aterriza!

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