Opinión

Cuentan de un sabio...

Lo que unos desprecian, otros lo desean. Así sucede con todo, incluso con las palomas, ese animal que casi nadie ve con buenos ojos y al que se da en llamar la rata del aire. Y sin embargo es el símbolo de la paz; la que bíblicamente anunció que la vida volvía a renacer en la tierra, tras los cuarenta días y cuarenta noches que duró el diluvio, cumpliéndose así la promesa de Yahveh. La paloma es muy importante en la cultura judeocristiana. Es la figura que cierra la Trinidad, la que se posa como Espíritu Santo sobre las cabezas de los apóstoles y les confiere el don de lenguas. La paloma es el símbolo de la Eucaristía. Estas aves han sido mensajeras de amor (el arrullo de paloma) y de guerra. Y a los pacifistas se les denomina “palomas”, y a los bélicos “halcones”. En canciones, poemas, pinturas, han sido protagonistas para el gran público. 

Ellas han sido objeto de culto entre sumerios, asirios, babilonios y egipcios por la creencia de que crió a Semíramis. En la mitología grecorromana Afrodita viajaba por los espacios siderales en un carro tirado por palomas e incluso ella misma se convertía en esa voladora hoy día tan polémica y rechazada. Todo esto viene a cuento de la noticia que informa de que en China, la gente con poder, paga por ella miles de euros. Los chinos le dan un gran valor, la consideran un bien de lujo y han puesto de moda las carreras de palomas, en las cuales pueden cifrarse las apuestas en más de dos millones y medio de euros. Los medidores de tiempo son los que desde un punto de partida, controlan que paloma vuelve antes al palomar.

Según Bloomberg Markets, un chino llamado Gao Fuxin, marcó un nuevo récord pagando 351 mil dólares por una paloma llamada Bolt. Pero no todas las aves compiten, claro está. Las más valiosas, como es de suponer, se reservan para la reproducción. Cómo se hace con los demás animales. Y aquí llegamos al meollo de la cuestión. Ya lo escribía el más genio entre los genios, como era Don Pedro Calderón de la Barca: “Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba, / que sólo se sustentaba / de las hierbas que cogía. / ¿Habrá otro, entre sí decía, / más pobre y triste que yo? / y cuando el rostro volvió / halló la respuesta, viendo / que otro sabio iba cogiendo / las hierbas que él arrojó”. ¿Lo recuerda, verdad? Pertenece a la obra “La vida es sueño”.
 

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