Opinión

De ayer y de hoy

Nuestros antepasados tenían una gran imaginación. No tenían Internet, pero poseían una fantasía desbordante. Quizá ese don se ha perdido con los GPS, la luz eléctrica o la materialidad que imponen los tiempos actuales. No dudo que cada alarde imaginativo tuviese una base de realidad, pero esa sustantividad quedaba fuera de juego para dar paso a la ilusión como puerta de escape al ensueño. Sabemos que algunos de los cuentos de hadas más populares son sacados de casos auténticos o leyendas terriblemente crueles, que fueron suavizados después al ser dedicados a los pequeños.

En esos relatos se encuentran metáforas y símbolos iniciáticos que sirven al descubrimiento de la vida, sus peligros y comportamientos, unidos a valores acertados o no, según valoraciones actuales, pero didácticos por entonces. Sin embargo, al margen de los orígenes y posibles modificaciones de tales cuentos, en ellos nos encontramos con un mundo mágico en el que las hadas, unas buenas, otras maléficas, los gnomos, magos, brujas y brujos iban y venían con su carga fantástica de irrealidad. ¿Irrealidad? 

Después de leer día sí y día también, acontecimientos terribles en los que la inocencia es víctima ¿podemos asegurar que no hay brujas y brujos que pululan entre las personas cuya conducta se incluye dentro de lo que se ha dado en llamar normalidad? ¿Podemos creer sin  dudas que no hay seres malos y buenos, unos dispuestos a arriesgar sus vidas por los demás, y otros, desestabilizadores de la convivencia, agresivos, ladrones, abusones, que en su haber anotan con deleite la muerte ajena. Después se le podrán buscar excusas, argumentos justificativos, pero esos quedan a la decisión de la justicia que sopesa agravantes y eximentes. La realidad es que la linde que separaba lo negativo de lo positivo, se ha borrado definitivamente y hoy entra todo revuelto en el saco de la confusión. Las nuevas inteligencias trajeron las redes sociales, los teléfonos última generación y la máquina hipnótica que atrapa con cebo: la televisión. Todo bien, pero ello se llevó el hechizo de un mundo en el que los humanos trataban con habitantes inigualables que dotaban a los bosques de belleza, y cuya sabiduría los protegían. Bosques ahora calcinados quién sabe por qué. Menos mal que todavía quedan las mitologías y la mente para buscar el camino del máximo encanto.

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