Opinión

El ajo y todo lo demás

Mi querido amigo y compañero de profesión Fernández Sobrino me manda un e-mail en el que, según los expertos, el ajo tiene algunas aplicaciones beneficiosas para la salud. Esto es algo que el saber popular ya tenía asumido desde siempre.

El ajo, esa planta clasificada como de la familia de las liliáceas, es al parecer un remedio para los diferentes males que acucian a los humanos. Pero el ajo, como muchos otros elementos, ha servido tanto para la cocina como para las creencias que dominan el instinto atávico del miedo a lo maléfico o aciago. Su utilización como talismán en defensa del mal forma parte de la superstición en general. Así, es mala suerte si se cae la sal. Pero todo tiene su por qué, ya que en tiempos se pagaba con sal o se compraba con sal. Por tanto su pérdida era motivo de disgusto. A los efectos su valor era comparable al oro. Después, con el tiempo, el que se derramara era indicio de mala suerte. La fecha de martes y trece se asocia a la última cena. La creencia es que si se sientan trece personas a la mesa, una de ellas morirá.

Las supersticiones en España son incontables. Si uno se atiene a ellas nunca estará tranquilo. El repertorio es para todos los gustos y cada una tiene su origen en algún hecho real después deformado por las interpretaciones a través del tiempo. Por ejemplo las gentes del teatro temen al color amarillo porque el genial dramaturgo y actor francés, Molière, murió en el escenario vestido con ropa de esa tonalidad. Luego está el espejo roto que augura siete años de desgracia, o pasar por debajo de una escalera, y tantas otras imposible de reseñar.

Pero volvamos al ajo y a sus superpoderes. Si viajamos a Transilvania, o a los montes Cárpatos que la rodean, habrá que ponerse al cuello un collar de ajos hermosos y frescos para estar a salvo del vampiro más famoso de la historia: el Conde Drácula. No entraremos a desarrollar la novela de Bram Stoker, pues es conocida por todos. Novela, cine, origen… Lo que no sabemos en la novela de la vida real, es la cantidad de vampiros que pululan alrededor de la gente porque no lucen al público sus largos colmillos ensangrentados, pero los tienen y chupan, claro que chupan. Lo que representa un proceso de carácter expansivo y contagioso. Y, créanme, queridos lectores, contra estos no hay remedio que valga. Ni tan siquiera los ajos.

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