Opinión

El testigo mudo

Quien haya leído a Agatha Christie, recordará sin duda alguna una de sus muchas y famosas novelas titulada “El testigo mudo”. Por suerte para aquellos que no las hayan leído, cosa muy extraña, una cadena de televisión ha tenido el buen gusto de programarlas por la tarde, magníficamente interpretadas por David Suchet como el irrepetible detective. Interpretación y ambientación impecables. A ello nos tienen acostumbrados, tanto en series como en cine, las producciones inglesas. Estas emisiones son dignas de alabanza, pero que no sirvan de precedente en cuanto a las televisiones y sus parrillas. Para mí, personalmente, Agatha Christie, a pesar de tantos genios del misterio como existen, siempre ha sido la reina indiscutible de la novela policiaca. 

Formó y forma parte de mis lecturas favoritas, a las que añado mi afición por sus adaptaciones al cine y series televisivas, unas mejores que otras, pero por lo general buenas o muy buenas. ¿Y ustedes, queridos lectores se preguntarán el por qué de la escritora y el título de una de sus novelas en este artículo? Pues, ello es debido a que en la citada historia, la presencia de un perro es clave como testigo del crimen cuya investigación lleva a cabo Hércules Poirot. Y da la casualidad de que, por primera vez en la vida real, una juez de Santa Cruz de Tenerife, cita como testigo y víctima, a una perrita, que fue sometida a un terrible y sádico maltrato por su dueño. La realidad imita a la ficción. 

Por supuesto, en las novelas de Christie, las tramas son mucho más complejas, y a pesar del tema criminal, sus protagonistas son gentes que matan elegantemente y con fines definidos que realzan el suspense que retiene al lector hasta el final en que se desvela el misterio. En la realidad de la vida, como en el caso del maltratador de la noticia, además de cultivar la maldad, dan muestras de ser cutres, insensibles ante el dolor ajeno, e incapaces de querer a nada ni a nadie. Son vulgares y atrozmente sucios en sus actos delictivos. Como decía alguien “hasta para matar hay que hacerlo con cierta estética”. Frase que con ser terrible, en el fondo, muy en el fondo, esconde un rasgo de humana pulcritud. Como dice nuestro admirado investigador, Poirot, no hace falta saber hablar para poder darse a entender. Eso, si el otro es lo suficientemente inteligente para saber entender.

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