Opinión

En el crepúsculo

Enfrente de la casa de mi amiga hay un árbol recio, entre otros muchos, cuya orgullosa y alta copa se estrecha armónica hacia al cielo. Podría decirse que los colores de sus ramas que el invierno respeta, son más o menos como los de los demás. Sin embargo no es así, porque debe de ser un árbol especial, ya que ejerce una irreprimible atracción para esas aves grandes y majestuosas llamadas águilas, que al atardecer, en ese tiempo de misterio en el que empieza la agonía irredenta del sol y el nacimiento velado de la luna, grandes bandadas lo habitan. Es todo un espectáculo verlas llegar en ese momento mágico en que la luz se matiza y alcanza tonos imposibles. Son como una gran familia alada que acude al descanso de forma pacífica y ordenada, después de ofrecer ese vuelo maravilloso que a contraluz oscurece más el ambiente, y que invita a pensar en el poder y la belleza de la naturaleza.

Pocas veces se puede contemplar un hecho tan puntual cada atardecer, porque hay que tener la suerte de estar en el sitio adecuado y a la hora precisa. Y sorprende ver cómo cada una ocupa su sitio en las ramas sin que ninguna se lo dispute a otra, y de este modo sin pretenderlo, ennegrecen los huecos que las hojas dejaban libres al azul. Y una piensa en ese poderío del mundo emplumado, y se hace cargo de lo que imaginó Alfred Hitchcock al leer la novela “Los pájaros” de Daphne du Maurier, que tal vez debió de ser testigo de algo así, y que el famoso director tradujo en su inolvidable película homónima. Cierto es que al ver esas oscuras y fuertes alas en el aire, directas hacia el árbol, impresiona más de lo que puede parecer.

Y una se pregunta efectivamente, qué pasaría si llegase la ocasión en que esos pequeños cerebros pero grandes remos, deseasen hacer daño a los “reyes” de la creación. ¿Quién podría evitarlo? Afortunadamente, los animales dan ejemplo de buen comportamiento y en muchas ocasiones enseñan más humanidad que quien se llama a sí mismo humano. De momento no hay peligro, aunque éste está precisamente en que a base de experimentos en el ambiente, esas maravillas desaparezcan. Esperemos que sean suficientemente resistentes para que ese momento no llegue nunca. Luego, en el silencio de la noche, suaves y curiosos vendrán los ciervos. Pero cuidado, si quieren, pueden asustar. No todos son Bambis, aunque sí preciosos.

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