Opinión

Ese acontecimiento

Llega una año más la Navidad. La Navidad es ese acontecimiento que se celebra con la llegada al mundo de una criatura. Es algo en lo que son protagonistas, en primer grado, los padres, y sobre todo el bebé, ese ser tan desvalido, tan tierno, tan extraño y entrañable, tan lejano y tan cercano a la vez. Un bebé que después de un largo viaje de sensaciones inigualables, llega a un lugar desconocido, un lugar colgado en el espacio y dependiente de un sol vivificador. Desconocemos si él ha sabido esto a través de su increíble odisea hasta llegar aquí, y si ha llegado a ser conocedor de otras tantas cosas, de las que todos los demás somos ignorantes. Dicen algunos pensadores que el nacido llega con la sabiduría del tiempo, desde el mismo principio de los siglos, pero que al aterrizar, según pasan las horas, ese saber mágico se borra poco a poco sin que quede ni una débil sombra de tal conocimiento. Si pudiésemos preguntarle… Si nos pudiera responder…

Pero eso es imposible. Tenemos que conformarnos con la memoria decantada en nuestra mente en el transcurrir de los años, con ese recuerdo distante pero siempre vivo, indeleble, de la niñez. Esa época en que nos hacía felices admirar el Misterio que los más mayores creaban sobre una mesa, o en cualquier rincón de la casa que se prestase a ello, a la par que armonizaban una alegre y colorida decoración. El nacimiento era bonito en su humilde composición. Serrín a falta de musgo, montañas hechas con pliegos de papel de estraza o tela de saco pintados, con el fondo azul noche lleno de estrellas entre las que destacaban la luna, y sobre todo, el cometa de melena larga y brillante. Y todo ello recortado en el papel de “plata”, que también lucía como un río bajo el límpido cristal.

Era el primer viaje que las miradas inocentes hacían a tierras exóticas recreadas con la imaginación que inspiraban todas las reproducciones. Los pequeños colaborábamos en el reparto de los personajes clásicos. Pastores y rebaños, lavanderas, pozos, palmeras, y desde algún punto se veía venir a los Reyes Magos sobre sus camellos, a los que alguien se encargaba de acercar diariamente, primero al imponente castillo de Herodes, y luego al portal que presidía el ángel anunciador. Después, sabíamos que vendrían a nuestra casa. Estábamos preparados, pero, ¿habíamos sido buenos? Por supuesto que sí.

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