Opinión

Esos cajones

Antes se les llamaba “cajones de sastre”. Pero tal vez llamarlos así, puede que no sea exactamente lo más correcto, porque se supone que, en los talleres de la profesión, las gavetas de los mismos contenían aquello que verdaderamente se precisaba para llevar a buen término el cometido propuesto. Pese a todo no debe ser exagerado suponer que tenía que ser bastante. A los que se denominaba así, más bien deberían llamarse “cajones del misterio”, porque nunca se sabe lo que han ido guardando en su interior, y las sorpresas que pueden deparar del mundo lejano y cercano a la vez, que va de ayer a hoy. Nunca se sabe que se puede encontrar cada vez que se escudriña uno, si ha lugar. Y digo “si ha lugar”, porque nada más abrirlos y ver la cantidad de adminículos que hay en ellos, se vuelven a cerrar rápidamente, con lo cual, a veces se deja de tomar aquello que se necesita para tal o cual tarea. 

Y es que, si hay necesidad de dejar algo, y no se sabe en qué lugar, ahí está ese cajón para lo que haya menester, y en él se juntan las pequeñas cosas de la vida, sin ser conscientes de lo que se deposita en ellos. Y, si como decía Forrest Gump, la vida es como una caja de bombones, porque nunca se sabe el que va a tocar, así es el “cajón del misterio”, porque nunca se sabe que guarda en su espacio secreto que nadie mira, ya que la cotidianeidad borra los pequeños movimientos y detalles que se realizan mecánicamente y sin pensar. Y es porque todo va tan rápido, que lo que se guarda hoy como útil, mañana ya no sirve para nada, y pasa al mundo del olvido al que a veces no se vuelve. 

Pero un día, necesariamente se abre ese cajón para deshacerse del mueble, para hacer limpieza, o simplemente por mera curiosidad, y lo que se encuentra conmueve el alma, porque transporta al momento de una sonrisa, o una lágrima. Una fotografía medio borrada por el tiempo, desde la que alguien entrañable, devuelve la mirada a quien le mira, la invitación a una fiesta, la pareja de la tarta de boda, un dedal con algo impreciso, muchos botones, una corbata de lazo, un anillo perdido in illo tempore…, cientos de cosas minúsculas, entre clavos, lazos, estuches, alfileres, cuentas de collar y guantes desparejados a la espera de compañeros que nunca regresaron. Es el cajón de los misterios, un día muestrario del presente, y ahora símbolo de lo que fue.

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