Opinión

Esperamos del otoño

Mientras esto escribo, a través de los cristales de la ventana se asoma un día gris y lluvioso. Llegó el otoño y nos saluda con su cara melancólica, su alfombra de hojas y su cielo velado. Es la estación que invita al recogimiento de la casa, a pensar y a soñar, a recordar, y en ciertos instantes a añorar la alegría del verano pasado. Pero, sin duda, es una época bonita, tranquila, serena… Las llamas chisporrotean en la chimenea y llena de calidez la estancia. Los árboles se desnudan ante nuestros ojos en una muestra de humilde sencillez. Dejan sus galas al viento que las lleva y las trae en un juego infantil, a las que, al final, deja caer para mullir las pisadas que marcan caminos.

Es tiempo de lluvia que da de beber a la tierra. La tierra apaga su sed con ella, se limpia y aclara para dar los frutos que mantienen la existencia, al tiempo que disipa la atmosfera de malicia que enferma. Cada estación tiene su encanto, sus posibilidades, su sentido y su por qué. Las cuatro se conjugan en ese reloj mágico e invisible que cuelga del espacio, cuyo péndulo constante no mide horas, sino los meses que dividen en cuatro los tiempos en la tierra por los que se guían los animales pensantes y los que se dan en llamar irracionales. Cada una de esas partes está dispuesta a cumplir su cometido obediente al sol, para la consecución de la vida. Es una medida programada, como lo son las edades en la vida humana: la niñez, el descubrimiento; la juventud, la actividad; la adultez, la reflexión; y la vejez, el descanso, después de salvar los obstáculos y peligros que siempre depara el largo viaje. Es pura naturaleza.

Una naturaleza llena de misterio, de fuerza, de belleza y también de horror. Poderosa y autónoma que no admite el control de nadie, aunque a veces lo parezca. La naturaleza se finge dormida, pero nunca duerme. A veces se esconde, y de pronto surge en cualquiera de las formas llamadas elementos. Cuatro furias desatadas como los cuatro caballos del Apocalipsis, que en los últimos años se han llegado, y llegan a mostrar con todo su potencial de destrucción. Por eso se agradece el rostro otoñal con su aparente aspecto de suave austeridad, y esperamos de él que en lo que dure su tiempo, aplaque las iras de Vulcano que arrasa la tierra isleña y hierve las aguas de los mares. El corazón precisa un poco de descanso.

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