Opinión

Evolución en el trato

Hay detalles que dicen mucho de las personas. El lunes salí a dar un garbeo, el tiempo estaba desapacible y la calle casi desierta. Los médicos recomiendan andar. Noté que alguien venía detrás de mí  y me hice a un lado para dejar paso. Me sobrepasó un señor que, llegado a mi altura dijo, “Buenos días, señora”. Sorprendida al no conocerle, cumplimenté. Sin pararse, comentó la bondad de saludar a la gente y yo asentí. Con paso acelerado explicó no querer llegar tarde a misa. Yo seguí mi camino, animada por aquel inesperado diálogo exprés, a horas tempranas. En pueblos pequeños, la gente también se saluda aunque no se conozca. Y me acorde de que en ciertos lugares de Estados Unidos, al entrar en contacto visual con algunas personas, estas sonríen. Al comentar lo agradable que eran, me explicaron que es una costumbre que todavía perdura en el inconsciente y aflora en los labios del transeúnte, sin posiblemente percatarse de ello. 

Este hecho se debe a que, al ser un país construido por tantas razas, etnias, culturas, colores y religiones, mezcladas, diferentes, unidas y ajenas al mismo tiempo entre sí, para evitar la desconfianza del otro, el sonreír al cruzarse era una forma de decir, “no temas, voy en son de paz, no te voy a hacer daño”. Más o menos como los romanos al darse la mano, “no llevo armas, soy tu amigo, mi mano está desnuda”. Costumbre que se hizo habitual en nuestra cultura, aunque casi ignoremos su origen. Y me vino a la mente un diálogo reciente, escuchado sin pretenderlo, en un restaurante. Pregunta la camarera a los ocupantes de una mesa: “Qué vino vamos a tomar”. Uno de los comensales dice una marca gallega. Luego otra camarera toma nota del menú a consumir y finalmente, la misma camarera que había anotado ciertos postres, pregunta a las señoras de pelo blanco: “Y vosotras, ¿qué queréis, chicas?”.

Una notable diferencia que acusa la evolución en el trato. La primera me recordó la respuesta de Charles Laughton a su enfermera, interpretada por Elsa Lanchester, en “Testigo de cargo”, cuando esta, maternalmente, dice: “Y ahora nos iremos a la camita”, a lo que él contesta, “Pues vaya acostándose usted, y caliénteme la cama”. O aquel del superior de un convento que dice a los suyos, “Ahora vamos a desayunar, luego iréis a cavar la huerta y después, iremos a comer”. Lo de chicas, sin comentarios.

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