Opinión

Golondrinas


Hay cosas que no se olvidan. Como las narraciones que enseñaban la ética, el valor del entorno, la compresión de lo ajeno; educaban en la sensibilidad, para ser personas. Uno de esos relatos es “El príncipe feliz”, de Oscar Wilde. Seguramente muchos de ustedes, queridos lectores, lo recuerden. Pero no está de más traerlo de nuevo al momento presente, tan lleno de inquietudes que oscurecen el ánimo. Esto puede representar un instante de paz y ternura. La cosa más o menos podría empezar así: 

Érase que se era una bella estatua hecha de oro, adornada con toda clase de piedras preciosas, representando a un príncipe. La misma se encontraba en una alta colina desde la cual se divisaba toda la ciudad. Un día, una golondrina que se había retrasado en su migración, se posó a descansar sobre la brillante figura. Y hete aquí, que observó que de los ojos del príncipe dorado brotaban lágrimas amargas al ver desde su alto emplazamiento, las injusticias se cometían a diario en la ciudad, después de que le dijeran en vida, y él creyera, que todos sus súbditos eran los más felices del mundo. Sufría muchísimo al querer remediar esa situación, pero todo intento abocaba al fracaso porque no podía moverse. Entonces la golondrina movida por la piedad renunció a su viaje, y al sol, su fuente de vida, y se quedó junto al príncipe para ayudarle a corregir el error y mitigar la pobreza que se había adueñado del pueblo. 

Y día a día, obedeciendo el deseo del buen príncipe, y con gran esfuerzo, le despojaba con su pico de las valiosas joyas, que repartía después entre los menesterosos. 

La fiel golondrina se quedó junto a él, y llegado el invierno se acurrucó a sus pies. Entonces Dios pidió a un ángel que bajase a la ciudad y le llevase las dos cosas más hermosas que encontrase. Y el ángel escogió entre todas ellas, el corazón del príncipe, roto por tanto sufrimiento, y la golondrina muerta por el frío invernal. Y fueron felices eternamente. Era tradición el que no se pudiera matar a las golondrinas, y se consideraba gran suerte que anidaran bajo los balcones de la casas. La creencia se debe a la leyenda de que una compasiva golondrina, quitó con su pico las espinas de la corona de Cristo, y al arrancarlas, cayeron sobre  ella unas gotas de la sangre del crucificado. Fábulas, mitos y acervos. Savia, que en definitiva es, pura cultura.

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