Opinión

Los huevos

Por fin, queridos lectores! Por fin le han quitado el sambenito a los huevos. Ya no son tan aviesamente malos. Les han quitado esa fama que los condenaba a ser apasionadamente deseados pero nunca catados. Ya se pueden comer huevos, sin miedo, a escondidas, sin arrepentimiento por haberlos saboreado. Ya pueden lucirse en el plato con su gracia retrechera, sin necesidad de comerlos con el corazón en suspense temblón. Y se puede mojetear el pan en su sol central y deleitarse con sus puntillas doradas. Pobres huevos, calumniados como enemigos del metabolismo. Por ello casi llegaron a ser ignorados a la hora de la compra, sobre todo por tantas personas mayores que los veían con mueca maligna contra el colesterol de sus arterias.

Y me pregunto ¿cuántos años sin comer cerdo, cuántos sin comer huevos, siendo ambos exquisitos manjares para satisfacer el paladar y el organismo entero? No sé qué pasa, pero lo cierto es que de vez en cuando alguien de las máximas alturas estudiosas para el cuidado de nuestro bienestar físico, realiza un trabajo sobre tal o cual alimento y dictamina que a este o a aquel hay que ponerle una etiqueta con una calavera y dos tibias cruzadas, como a componentes de limpieza que hay que alejar del alcance de los niños. Después, pasado un tiempo, los mismos sabios, asesores oficiales de la dietética, aseguran que es altamente necesario consumirlos por lo beneficiosos para la salud y también para la economía agónica de muchos hogares en los que ya no los pueden degustar. 

Pero se agradece que, aunque tarde, se reivindique la carne de un animal que sólo da alegrías y de unos huevos que aunque sean estrellados tocan la fibra emocional. Algunos maliciosos piensan que estas cosas vienen dadas por intereses comerciales que marcan, sin querer, la oferta y la demanda en el mercado. Son corazones buenos que velan por el de las gentes, y aconsejan con criterio desinteresado a aquellos que tienen que poner en marcha la cesta de la compra. Porque, vamos a ver: o se equivocaron antes o se equivocan ahora. Pero alguien sin duda se ha equivocado, y no precisamente los consumidores, los cerdos o las gallinas. Animalitos. Claro que la equivocación ha sido sin duda de buena fe. Por lo que los usuarios ruegan encarecidamente a los citados sabios, que no vuelvan a tocarles nunca más, ni los cerdos ni los huevos.

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