Opinión

Libros viejos

Me gustan los libros antiguos, sobre todo si están viejos. Porque su vejez en sí misma cuenta su larga historia. Su odisea entre unas manos a otras, las huellas que quedaron entre sus pliegues y el desvaído color producido por ellas. Un libro viejo o antiguo, tiene dos lecturas. Cuenta la epopeya escrita y la calidad de los visitantes que lo auscultaron en su trayectoria de papel, aunque en su silencio vele la identidad de los que lo acariciaron, el color de los ojos que lo leyeron y las elucubraciones que logró en la mente de quienes disfrutaron con él. Pero en la quietud de sus páginas queda el juego que la imaginación del lector experimentó al asumir el argumento. Él es quien traduce las situaciones, pone cara a los que habitan la obra y colorea los paisajes. 

Si después el libro se adapta al cine, quien lo ha leído no reconoce a los amigos que un día le hablaron y le contaron sus cuitas a través de las letras, campo abonado para el pensamiento. Porque el lector es el complemento indispensable del autor. El autor propone y el lector decide. Y así como entre los millones de rostros que pueblan el mundo, no hay ninguno igual a otro, tampoco hay uno sólo de los mortales que iguale a los que la imaginación del lector construye en sus deliberaciones creativas. Un libro es como la vida misma. Por la de cada uno pasan las personas por un tiempo. Unas, como las plantas y los alimentos, son perecederas, se marchitan y caen, en cambio, otras, son perennes y se mantienen fieles. Aunque en ello también cuenta la forma de tratarlas. Un libro es digno de respeto porque en  él se conjuga la naturaleza, la inteligencia y el arte de la creación. 

Tal vez sea un tópico decir que un libro es un amigo, pero tiene mucho de verdad. Un libro puede hacer cambiar el rumbo seguido, deleitar, consolar, ser ejemplo de realidad, y con ello hacer reflexionar… Y esto es lo más importante. Actualmente, la lectura, salvo excepciones es simplemente comercial. Y el mundo, aparte de parecer de plástico, es algo así como una realidad virtual en lo que nada es verdad. El humano habla con las máquinas. Da la sensación de ser todo epidérmico, somero, sin peso específico. Y un libro viejo, todavía se presta a palpar sus cicatrices, oler el tiempo pasado, latir a su compás, reconocer su esencia, y vivir lo que no se podría de ningún otro modo.

Te puede interesar