Opinión

Lo mejor del mundo

A pesar de la apertura de comercios y del gran esfuerzo que se ha hecho con luces y vistosos adornos callejeros, la ciudad parece como triste, apagada, algo así como si formara parte de una neblina melancólica. ¡Lo que ha hecho la pandemia! Todavía se recuerda que no hace tantos años, el tiempo vuela, antes de la época de la abundancia y la prodigalidad, cuando no había que apretarse el cinturón porque ni cinturón había, por estas fechas las calles bullían de sonrisas, de gente menuda que en grupos organizados voluntariamente, sin que nadie tuviese que programarlos, cantaban villancicos y alegraban un ambiente en el que resonaban deseos traducidos en palabras de felicidad para los amigos, los vecinos, los conocidos... El espíritu navideño salía por los poros de una sociedad que nada tenía, excepto ilusión. Una ilusión que no se sabía de dónde procedía ni lo que la generaba, a no ser la esperanza, pero que vivía dentro de unas gentes que se deseaban lo mejor mirándose a los ojos, sin que mediara entre ellos la lejanía de un aparato técnico último modelo.

Todavía los Papá Noel no inundaban las calles, ni lucían los árboles llenos de colores; no había grandes luminarias, ni nadie debatía si los magos eran tres o veinte, si eran reyes o mendigos. Como todo lo que comprendía el ceremonial, era una forma de sentir, de anhelar que el mundo se sintiese algo mejor. No imperaba la fiebre de los regalos excepto para los pequeños que eran los auténticos monarcas que sabían esperar a aquellos seres maravillosos que venían de países lejanos para adorar a un niño en cada uno de ellos.

Los juguetes excitaban la imaginación en su sencillez. Sólo los pudientes podían regalar a sus hijos lo más granado del mundo de los sueños. Pero todos los críos, salvo muy tristes excepciones, ese día eran igualmente felices, los unos con una peonza, una pelota, una muñeca, y los otros con un artilugio imposible, porque todo lo que venía era bien recibido. Eran tiempos en los que el corazón latía más acelerado. Ahora parece que la emoción se concentra en un regalo que sorprenda cada vez más a quién lo recibe. Pero nadie, o casi nadie, felicita ya las pascuas al vecino. Pero con pandemia o sin ella, desde este pequeño artículo, queridos lectores, siempre les deseo lo mejor del mundo para todos los días de sus vidas, y una ¡Feliz Navidad!

Te puede interesar