Opinión

Mágica imaginación

Los diccionarios y las enciclopedias son jardineros muy apañados y tranquilizadores. En el momento en que las raíces de la memoria amenazan con secarse, inmediatamente ellos, con unas regaderas mágicas, riegan el entorno que rodea al cajón de sastre que contiene lo aprendido de pequeños, y los recuerdos vuelven a florecer. No se pierde lo guardado, si acaso no se encuentra en el momento oportuno. Sin embargo ahí están, aunque hay que tener cuidado, porque es un cajón que se cierra con el tiempo, y puede que con las nuevas preocupaciones se pierda la llave. Y la pregunta es: ¿cómo se puede olvidar algo que no solo se aprende sino que se ve volar en las alturas y que incide sobremanera en la vida cotidiana? El sol, la lluvia, el viento, la nieve, el granizo…

Con cualquiera de estos regalos con los que nos obsequia la naturaleza, a veces envenenados, cambia el quehacer de cada día. Por ejemplo, si llueve moderadamente, hay beneficio y ahuyenta la sequía, si llueve mucho, hay peligro de desbordes y ruinas. A veces, como los humanos, la madre natura pierde el control. O no. El caso es que hay fenómenos entre los tantos que se viven, que ya no dan para más. Otro ejemplo: la tormenta eléctrica. ¡Vaya, de nuevo la electricidad en sus infinitas variantes! ¡Lo que faltaba a mayores del amargo recibo de la luz! Y por si las moscas, el miedo es libre, y ante el temor de otra subida en cifras, se echa mano de los jardineros que sosiegan el alma al asegurar que no tiene nada que ver con el consumo casero.

Y las páginas se llenan de palabras que vuelven de nuevo a la memoria. Cumulonimbos, estratos, altocúmulos, cirrus, nimbostratos, cumulos, cirrucumulos, stratocumulos, altrostratus, cirrustratos… Nubes bajas, medias, de desarrollo… Parece una lista de palabras fuertes que los niños no deben escuchar. Pero no, son exóticas y atractivas. Además, como se puede comprender, olvidarse de ellas tiene su lógica, si no se es meteorólogo. Lo que nunca se olvida es eso de “El cielo está enladrillado, quién lo desenladrillará, el desenladrillador que lo desenladrille, buen desenladrillador será”. Tiempos aquellos, en los que los chiquillos se tiraban boca arriba en el bulevar, con la mirada puesta en un cielo azul por el que viajaban las nubes blancas, y en las que solo veían, caballos, caras, ogros, flores, frutas… ¡Magia pura!

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