Opinión

Muy, pero que muy difícil

Pero, vamos a ver, querido lector: ¿Cuántos dedos tiene usted? Si las cosas han ido bien y ojala que así sea, contará veinte. Veinte dedos. Correcto. ¿Y a pesar de ello no ha sentido que alguna vez le faltaban dígitos para hacer determinadas maniobras? Por ejemplo: atender a las indicaciones que recibe al marcar un número de teléfono en la pretensión de hablar con un ser humano, y una máquina responde con rapidez insólita: “Si desea ponerse en comunicación con la sección de desconsolados, marque el uno; si con la de perdidos anónimos, el cinco; si con la de fontanería, el ocho; si con la de colchones, almohadilla; si con la de fuegos fatuos, el noventa y dos; si con garbanzos a granel, el ciento treinta; y asi hasta que Dios quiera. O bueno, marque el número que le apetezca, que por nosotros no quede. Y para alegrarle la espera póngase un tutú y unas zapatillas de ballet, que ahí le van tres horas de musiquilla enloquecedora. Gracias por llamar y que tenga un buen día”.


 Sí, faltan dedos. Faltan, aún contando con los de los pies. Y no es lo peor esa insuficiencia, si no el lío de las manos queriendo seguir las instrucciones sin ser víctima de infarto. El caso es que en tiempos de atrasos generalizados, esos en los que se carecía de casi todo, y el teléfono era un lujo, cuando se agarraba el de la vecina, que, a pesar de pagarle la llamada te amenazaba de muerte con los ojos, tú marcabas el número, mucho más modesto que los actuales que por no tener, criaturas, ni prefijo lucían,  te salía una persona al otro lado del hilo telefónico. Entonces le contabas tu cuita y ella te tomaba nota. Sabías que más tarde o más temprano serías servida. La vecina ponía sonrisa de conejo y tú, todavía temerosa, recuperabas el pulso. Eso sucedía hace poco, en tiempos de atraso tecnológico. Cuando las gentes se hablaban mirándose a los ojos y en las manos solo llevaban la cesta de la compra o las protegían en los bolsillos. 


Actualmente, los satélites le guían en la carretera, antes eran las estrellas; le ponen prótesis maravillosas; se llega al planeta más lejano y se puede hablar al instante con China, la Patagonia o Catmandú. Pero no pretenda hablar con el gestor, el electricista, el técnico del lavavajillas, el de internent, el albañil, el pintor o el carpintero, porque lo tiene muy, pero que muy difícil. Lo sabe, ¿verdad?

Te puede interesar