Opinión

Nos vuelven locos

Hay gustos para todos. Unos se encuentran hartamente felices por las nuevas tecnologías que, sin duda, facilitan la vida moderna. Otros creen que estos nuevos aparatos y sus constantes adelantos nos están volviendo locos, a la par que crean necesidades gratuitas, aunque cuesten lo suyo. Ahora nadie escapa a determinados objetos y artilugios que se han hecho imprescindibles para el desarrollo común. ¿Quién renuncia a un ordenador, un teléfono móvil, un iPad, y a tantos y tantos adelantos de la técnica y la ciencia? Por supuesto que nadie. El caso es que para conseguir que en un comercio especializado en estos “chismes” te atiendan en un prudencial espacio de tiempo, es como querer coger la luna y comérsela a pedazos. Primero usted llega, saluda a la concurrencia que se agrupa apretada en el local, y ella misma, con aspecto de cansancio, le indica con toda amabilidad que coja un número y espere. 


¡Ah! Pero que espere de pie. En alguno de estos lugares de penitencia, ni una silla, ni un banco, ni una esterilla para sentarse, o acostarse en el suelo para recuperar las horas de insomnio de la noche anterior. De pie. Así como suena. Uno se queda de piedra sobre todo porque no se puede mover ante tal espectáculo. Pero haciendo un gran esfuerzo impelido por el optimismo, sale por la puerta mientras musita: mañana por la mañana vengo tempranito, sin percatarse que la mitad de las personas que estaban allí, y otras muchas, piensan lo mismo. Igual sucede en los bancos que tanto nos dan vía publicidad, pero a la hora de la verdad, tiene usted que pedir cuatro días por asuntos propios para poder alcanzar la ventura de llegar, en algún momento, hasta el empleado que le lleva los asuntos del euro que tiene allí depositado y que en su triste soledad se alía con la araña que teje a su alrededor. 


Este parece el país de las colas, y si no, piense usted en correos. Cola, número y espera. Hasta que se canse o las piernas se le doblen y quede genuflexo. Pero vayamos al principio. ¿Usted se percata, querido lector, de que si le falla uno de esos chirimbolos sin el que ya no puede vivir, se queda en el más absoluto desamparo sin poder comunicarse con nadie, porque se ha perdido la costumbre de hablar humanamente, sin la intervención del aparatito que le robó el corazón? Él, junto al mando de la caja tonta, es el rey de la casa. 
 

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