Opinión

Pequeños detalles

Oh, la puntualidad. Esa palabra, prodigio difícil de hacerse realidad en el tiempo y espacio cotidiano. Algo tan sencillo, pero casi imposible de conseguir, al quedar con otra persona para salir, hablar, pasear, trabajar… No es la primera vez que se oye “Quedamos entre las 4,00 y 4,30”. “¡Oh, no, por favor! Dime una hora concreta, porque si no, el que llegue antes tiene que esperar media hora”. En estas ocasiones absurdas de “quedamos entre las y las…”, da la sensación de que quien así se pronuncia, se toma la vida con calma chicha, algo muy loable y recomendable, si no fuera porque hay que recordar que a veces, el que espera desespera. “No, no. Dime la hora exacta”, exclama el que se atiene al reloj. Y por fin, entre un tira y afloja sin mayores consecuencias, se atiende a la petición, y se acuerda una hora exacta. Sí, claro, muy bien, pero después, ya se verá. 

Conozco a una persona que siempre dice y cumple: “Yo soy muy impuntual”. Y tanto que sí que lo es, porque sin excepción alguna llega mucho antes. Efectivamente, es muy “impuntual”, pero esa impuntualidad se le agradece de verdad y se le corresponde, porque se hace adorable. Son esos pequeños detalles que enfadan un poquito al que espera, porque, además, luego no es lo más corriente pedir disculpas, si no que, por h o por b, el tardón, se muestra como el ofendido, y es el que a la postre tiene algo más que decir. Eso, si no llama “picajosa” a la “víctima”. Otro pequeño detalle es el que suele producirse sobre todo en los bancos. Va usted completamente confiado a exponer su caso o simplemente a buscar información. Ahí también el teléfono se convierte en una prolongación de la mano de quien está para atenderle, y cobra todo el protagonismo del momento. Es el amo de la situación. Usted, querido lector, está contando su motivo con todo el interés y con sus papelotes extendidos en la mesa, y de pronto el rival de su historia cobra vida propia. Alguien que no se ha molestado en ir allí, llama y arregla su problema sin medida de tiempo. Y ya no hablemos del detallazo de los bares y cafeterías. 

Todos los televisores en marcha, la tragaperras con su sintonía y, si acaso, una musical “ambiental”. Si va usted con la idea de pasar un rato tranquilo, leer la prensa o dialogar, olvídelo. No va para escuchar música, pero es obligado que la oiga. Es lo que hay.

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