Opinión

Recordar lo bueno

Vivir dentro de la naturaleza, es una experiencia inolvidable para el eterno urbanita. Sobre todo si es en un bosque feraz poblado por ardillas, animales varios, pájaros de mil colores, y ciervos que se acercan a las viviendas en busca de la sal que los habitantes les ponen ante sus casas y jardines. Casas unifamiliares que distan bastante unas de otras, rodeadas de árboles que proclaman sus muchos años felices sin temer al fuego provocado por el ser humano. En el centro de ese bosque, entre jardines, planicies de hierba fresca y caminos asfaltados, están los edificios de la Universidad de Hanover, dueña de toda esa riqueza que abraza en parte el río Ohio, como una inmensa herradura de agua limpia y serena. 

A diez minutos en coche, está la ciudad de Madison, hermosa y decadente, cautiva de un tiempo que fue glorioso por la riqueza que generaba el río navegable y que, al desarrollarse el transporte de mercancías por otras vías más prácticas, varó en el sueño del pasado, cuyo esplendor económico y social ha quedado marcado en la belleza de su arquitectura, sus riquísimas tiendas de antigüedades, su cine con la marquesina centelleante de época, sus dos barcos de vapor, y su espíritu señorial, que no lograron borrar los años. El coche, máquina del tiempo, es el único que te puede trasladar a todo tipo de establecimientos ofrecidos por la llamada civilización. Sin él desapareces del mundo de los vivos. 

Hanover tiene todos los atractivos y costumbres que se encuentran en cualquier zona del país, con incidencia en las más fecundas. Las banderas en las casas, los porches con sus columpios, el inevitable té, los incontables comederos de pájaros, incluidos los destinados a los colibrís que tanto abundan, y el símbolo del lugar: el cardenal. Un pájaro de plumaje rojo, que al volar parece una pequeña llama escapada del fuego abrasador del sol, como contraste al verdor de una vegetación verde, abundante y viva. Pasar una temporada en Hanover es olvidarse de los problemas, sentirse en comunión con la esencia de un mundo tal vez conocido pero luego olvidado. Es sentir que no todo está perdido y que en la sencillez está la solución a la zozobra que invade el mundo. Dice el poeta: “Cuando Dios hizo el Edén, pensó en América”. Pero como todo Edén, también tiene que tener su serpiente escondida. Pero créanme, yo no la vi.

Te puede interesar