Opinión

Un ser humano genial

Si hay algo que merece ser visto en la televisión, es sin duda la serie “Los Simpsons”, fresca, aguda, ácida y dulce, irrespetuosa, rompedora y siempre entrañable, adentrándose en lo más sensible de lo divino y lo humano. Personajes no tan lejanos y desconocidos del entorno natural de cada cual. Irreverente familia que mora en esa ciudad famosa ya en el mundo, llamada Springfield, poblada por extraños personajes que llegan a ser, gracias a otra vuelta de tuerca, reflejo maquiavélico de entes demasiados cercanos. En ella no faltan la mafia, la política, la codicia, la crueldad, la amistad, la religión, la adicción, el amor, y el eterno actor secundario cuya mayor aspiración en la vida es la de la venganza, siempre fallida. ¡Qué maravilla! ¡Qué retrato social apto para mayores! ¡Qué espejo de realidades! En los títulos de crédito leemos el nombre carismático de su fundador, Matt Groening.

Pero en el éxito de la serie tuvo mucho que ver en sus primeras cuatro temporadas el dibujante y productor Samuel Simon, que tristemente nos dejó hace unos días víctima de una grave enfermedad. Extraordinario co-fundador de la peculiar familia amarilla, fenómeno de masas, que se aparta de los cánones al uso mostrándosenos amoral por una parte y finalmente conservadora sin remisión. Samuel Simon, productor también de la estupenda y recordada “Cheers”, entre otras series de éxito, se hizo multimillonario por derecho propio, como cabía esperar de su talento e ingenio. Pero su dinero creó otro mundo fructífero de buenas obras. Hombre de gran dimensión humana dedicó la mayor parte de su inmensa fortuna a causas nobles como a recoger y cuidar perros abandonados y a la defensa de las ballenas. Y no sólo eso. Creó una fundación para entrenar perros que después sirvieran de ayuda a personas disminuidas, entre ellas muchos veteranos de guerra que volvieron mutilados de los combates. Pero su corazón también se dio a las familias necesitadas y para ellas montó un sistema de mantenimiento económico y alimenticio. Los ricos de verdad, los que no sólo son ricos económicamente, sino también en sensibilidad, tienen que existir como ejemplos a seguir. Tener dinero es bueno, muy bueno, porque en realidad nadie quiere ser pobre, nadie; todo el mundo quiere ser rico. Lo malo es agenciarse la riqueza con malas artes o a costa del sudor ajeno.

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