Opinión

Tal vez

Por qué la literatura detectivesca ha tenido siempre tanto éxito? ¿Por qué después de leer y releer las novelas, triunfan igualmente sus adaptaciones en cine y televisión? ¿Por qué aunque se repitan mil veces, con diferentes actores y en diferentes épocas, siempre cuentan con gran aceptación y audiencia? ¿Por qué Poirot, por ejemplo, entra en nuestras casas y pasa a ser uno de la familia, y sus ojos, su sonrisa y su presencia nos hipnotizan? ¿Por qué nos gustan tanto sus conclusiones y las asumimos tal y como las presenta? ¿Por qué si seguimos sus casos y las pistas que nos ofrecen, no los resolvemos nosotros? ¿Por qué lo admiramos tanto? Tal vez porque el ser humano es cazador, investigador, aventurero, curioso y un tanto cotilla. Tal vez porque la palabra muerte en cualquiera de sus aspectos se siente como una fuerte llamada. Tal vez porque al hombre como ser social, le interesan y fascinan las historias ajenas con su punto, si lo hubiere, de lo macabro, lo oscuro, lo oculto, lo misterioso. 

Tal vez, porque le gusta la psicología en profundidad y el estudio del comportamiento de los demás, como espejo que le refleja a él mismo. Sea como sea, y en referencia a Poirot y sus células grises, es un personaje pedante y egocéntrico, pero nos cae de maravilla. Una creación de Agatha Christie, que sigue viva aunque su hacedora la eliminase en su último caso detectivesco, pero que, a pesar de ello, nunca morirá. Y ahí está David Suchet, para decírnoslo en la pequeña pantalla, y otros grandes actores para, de vez en vez, hacer que vayamos con gusto al cine. 

Y quien dice de Poirot, podría decir de los emblemáticos investigadores de ficción, Philip Marlowe y Sam Spade, de dos de los mejores autores de la novela negra como son y serán para siempre, respectivamente, Raymond Chandler (1888-1959), y Dashiell Hammett (1894-1961), de quien de este último, precisamente, en la ventana de un alto edificio de oficinas de San Francisco, se puede leer el nombre inolvidable de su detective privado. Alzar la vista y ver el nombre de Sam Spade, en homenaje tan entrañable, nos retrotrae a lo más excelente y granado del cine en blanco y negro, y de aquellos que lo interpretaban, dirigían e iluminaban, como solo ellos sabían hacerlo. Como olvidar “El sueño eterno”, “Adiós muñeca”, “El halcón maltés”, o “Cosecha roja”… Imposible.

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