Opinión

Universo vivo

El ser humano no quiere estar solo. Cada noche mira al cielo a la espera de descubrir algo que nunca ve porque no existe, porque no puede dadas las distancias, o porque de existir, nos ignora. Sea como sea, hay un continuo escrutinio del cielo. Se quiere, se desea, se anhela compañía. Y es que en estos tiempos con tantos medios de comunicación que envuelven y aprisionan, hay más soledad que nunca, y la soledad da miedo aunque, como paradoja, se elige con frecuencia. Pero de vez en vez surge una noticia que para el que espera es un rayo de esperanza. Y últimamente ha sucedido. No es nueva; ya hace mucho tiempo que se sabe de ella pero ahora cobra más interés. El caso es que los científicos detectaron lo que han calificado como un misterio. Y es que en el espacio hay algo que se ilumina cada 20 minutos desde 1988, y no encuentran explicación alguna para este fenómeno.

La teoría más aceptada involucra a una estrella de neutrones que funciona como un púlsar que envía ráfagas regulares de radio, y que como ellos, parpadea al menos una vez por minuto. Lo cierto es que en las observaciones realizadas en la Vía Láctea, no han visto nada igual. La información detallada especifica que “la lista de objetos conocidos que pueden producir este tipo de comportamiento es corta y consta precisamente de cero elementos”. El universo está vivo, parpadea, respira, se mueve y lucha entre y contra aquello que lo compone. Se destruye, y renace en sí mismo, como un constante Ave Fénix. ¿Qué es el Cosmos y qué nosotros? ¿Se sabrá algún día? Puede que se sepa el cómo, pero quizá nunca se llegue a desvelar el por qué. La lógica presupone que todo lo ha de tener, pero se ignora. El ser humano es un misterio, ¿encerrado? en un arcano. ¿Cómo se mueve y dispone? 

La pregunta lleva a Borges y a los versos que compone su “Ajedrez”: “Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada/ reina, torre directa y peón ladino/ sobre lo negro y blanco del camino/ buscan y libran su batalla armada./ No saben que la mano señalada/ del jugador gobierna su destino,/ no saben que un rigor adamantino/ sujeta su albedrío y su jornada./ También el jugador es prisionero/ (la sentencia es de Omar) de otro tablero/ de negras noches y de blancos días./ Dios mueve al jugador, y éste, la pieza./ ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza/ de polvo y tiempo y sueño y agonía?”.

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