Opinión

Soledad, una epidemia silenciada

Hace unos días amanecíamos con una noticia impactante, la policía descubría en Mugardos a una mujer fallecida desde hacía dos años en su domicilio. Se dieron cuenta porque tuvieron que proceder a la retirada de su vehículo estacionado en una calle en la cual estaban previstas obras. Al no reclamar el vehículo, la policía acudió a su domicilio, y allí encontraron la tragedia. 

No es la primera, ni será la útima persona que fallece en su domicilio y nadie la echa de menos, durante días, semanas o incluso años como en este caso. 

280.000 personas viven solas en Galicia, de ellas 126.000 tienen más de 65 años, y en la última legislatura del gobierno en Galicia los mayores de 65 que viven solos aumentaron en 11 puntos el riesgo de pobreza según datos del Instituto Galego de Estatística. 

Es un tema relevante y la Xunta, que tiene competencias en salud y políticas sociales, debe abordar un plan urgente para la soledad no deseada incorporando como base un Observatorio Galego da Soidade que analice, estudie y proponga sobre la cuestión. 

Lo cierto es que la generación de personas que hoy tienen más de 65 años nunca imaginó el panorama actual. Lo más habitual siempre fue conocer al vecino, saber quien era, su trabajo, costumbres, charlar en el descansillo o preguntarle por sus familiares. Hoy en día las cosas han cambiando, y realmente no somos conscientes de por qué y en qué momento ha caído nuestra interacción directa con la comunidad social más próxima, pero lo cierto es que la sociedad cada vez es más individualista. El profesor de Harvard Robert Putnam considera que uno de los cambios más notables que ha experimentado la sociedad estadounidense en las últimas décadas es la pérdida de sentido comunitario, y ese individualismo se extiende tambien en otros países. 

Es cierto que en una gran crisis como esta emergen lazos de solidaridad de unas personas con otras. Así, llegó la pandemia y con el confinamiento en nuestros edificios nos encontramos con letreros en el ascensor donde nuestros vecinos se ofrecían a ayudar a quien lo necesitaba, haciendo la compra o yendo a la farmacia. La pandemia sacó lo mejor de la mayoría de las personas. La pandemia, esa bofetada de realidad, nos recordó que no podemos vivir al margen los unos de los otros y que el individualismo nos hace menos felices en lo individual y menos capaces ante los retos colectivos.

Las tendencias individualistas implican también un sentimiento de soledad no deseada para muchos. Las 126.000 personas mayores que viven solas hoy en Galicia se incrementarán de forma intensa en los próximos años años. Algún estudio existente sobre soledad nos indica que los efectos de la misma repercuten negativamente en la salud física y mental. Incluso la relacionan como factor predictor de la demencia, a la par que la diabetes o el sedentarismo. Más que nunca necesitamos volver a mirarnos a los ojos, volver a interesarnos por nuestro vecino y por su día a día, volver a hablar en el ascensor a la par que nuestra vecina nos cuente orgullosa qué estudios cursa su nieto. 

La administración autonómica tiene que dar un gran salto en esta materia y afrontar el reto con valentía y amparada en el conocimiento del ámbito universitario y de la investigación para hacer un buen diagnóstico y abordar los retos. 

En Galicia, donde la elevada esperanza de vida es un triunfo para todos, debemos plantearnos tambien si es un "triunfo de la sociedad cuestionado por la falta de vínculos”, como tituló Dolores Puga en el Informe FOESSA del CSIC. Reconozcamos un problema que marca el día a día a miles de personas en Galicia y abordemos esta asignatura pendiente que, sin duda, es un reto complejo.

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