Opinión

El rey García y el 23 F

Supongo que a una vez que conocemos algo, que no todo ni mucho menos, del funcionamiento del poder y de su establecimiento en sistema, ya pocos tendrán duda de que la historia la escriben los ganadores. En la vida política de cualquier nación aparecen siempre una serie de sucesos de importancia capital para el rumbo de esa nación, sucesos o acontecimientos tejidos por el propio sistema de poder, en ocasiones actuando al unísono y en otras generando enfrentamientos entre las facciones de la clase política que lo detenta. Pero siempre es el poder el que concibe, ejecuta e implementa. Y a continuación los ganadores contratan a los cronistas de turno para que la versión oficial sea la que se corresponde con los intereses de los vencedores.

Si esto es así hoy, imaginen ustedes como sería la cosa en las épocas en las que la vida humana dependía de la voluntad y hasta del mero capricho del rey de turno. Precisamente por ello desconfío de las versiones oficiales de los relatos del Medioevo, y si algo no me cuadra, como se dice vulgarmente, dentro del relato en cuestión, investigo para tratar de adivinar lo que realmente sucedió. Aquí, en nuestra tierra, tenemos un ejemplo muy gráfico, referido al último rey de Galicia, de nombre García, hijo de Fernando y de Sancha, hermano de Sancho II, el que murió apuñalado en el cerco de Zamora, el del mítico Juramento de Santa Gadea, y de Alfonso VI, el que casó a sus dos hijas, Urraca y Teresa con dos descendientes de la familia Borgoña, propiciando de este modo el nacimiento del reino de Portugal, construido con el trozo de Galicia al que llamábamos Condado de Portucale.

Pues bien, García ha pasado a la historia como un rey “parvo”, vamos, un imbécil, y esta ausencia de capacidad mental fue, en la versión oficial, la que provocó que Sancho II le arrebatara el reino de Galicia y lo enviara deportado a Sevilla, y que posteriormente, muerto Sancho, su hermano Alfonso le encerrara hasta morir en el castillo de Luna, uniendo de modo definitivo el reino de Galicia al de León y Castilla. Una primera reflexión: a un imbécil no hace falta encerrarlo de por vida. Esa medicina se aplica desde el poder a los peligrosos, no a los idiotas. Si verdaderamente era tonto, Alfonso podría haber dejado a su hermano tranquilamente en la taifa Sevillana, en la que, por cierro, reina el mítico Al Mutadid, poeta, refinado, amante del placer y del ocio. Y si era imbécil se entiende mal que su padre, Fernando I, que no tenía de tonto ni un pelo, enviara su hijo García a educarse con el obispo Cresconio, y que este no advirtiera al monarca de la imbecilidad de su descendiente al que nombró en vida titular del reino de Galicia. No me encaja para nada esa versión y por eso investigo sobre la alternativa, lo que no he conseguido todavía concluir.

Pues en estos días se debate sobre el verdadero discurrir del famoso golpe de estado fallido del 23 de Febrero y en particular del papel que el rey jugó en la asonada. Y la polémica deriva de un libro que publica Planeta precisamente en el momento en el que se celebran los funerales -cargados de cinismo- por el fallecimiento de Adolfo Suárez. La versión oficial siempre ha sido esta: el rey no sabía nada, el muñidor y organizador fue el general Armada. No me meto ahora en si el rigor procesal presidió el proceso penal que condenó a los autores del golpe o más bien se necesitaba una solución de emergencia para el salvamento del Sistema.

Me concentro en Armada, a quien conocí por breves instantes, pero con quien nunca mantuve conversación en profundidad. El general Armada, ya fallecido, era un militar, de familia perteneciente a la nobleza, de capital suficiente para vivir sin problemas, amante de Galicia, y sobre todo y por encima de todo un monárquico de los de antes, de los que ya no son fáciles de localizar en la sociedad española. Y ese atributo significa que son fieles al rey por encima de todo, incluso aun cuando se equivoque o cometa torpezas, precisamente porque para ellos el rey no se puede equivocar jamás. Será todo lo irracional que se quiera el principio, pero así piensan los monárquicos de verdad. Y, como digo, Armada lo era, por lo que me cuesta mucho creer que con todos esos atributos se dedicara a organizar por su cuenta un golpe militar, a designar ministros, funciones... Y todo eso contra el rey. Y no encaja el que una persona capaz de semejante deslealtad fuera, tras sufrir condena y prisión, capaz de guardar un silencio sepulcral precisamente por lealtad a la corona. No se lo que pasó a ciencia cierta, pero cuando algo no me encaja las dudas son inevitables compañeras.

Y la reacción tan furibunda de determinados personajes de la vida española, no precisamente caracterizados por su amor a la verdad, ante el libro de Urbano, me suena regular tirando a mal. No defiendo ni el libro, ni la periodista, porque no dispongo de datos para ello. Pero la versión oficial me parece demasiado endeble y los desmentidos excesivos, de credibilidad baja y mas bien defensores de un sistema que de una verdad histórica. Una sentencia judicial no implica necesariamente verdad. De eso sí que entiendo, y mucho.

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