Opinión

Genes del pasado

El incombustible Aloysius me ha hecho llegar un interesantísimo artículo recientemente publicado en la prestigiosa revista Nature, donde se vincula la terrible plaga conocida como la peste negra, azote de la humanidad durante el siglo XIV, con determinados trastornos autoinmunitarios actuales del ser humano. Y todo ello relacionado con ciertas cicatrices que dicha pandemia dejó en nuestros genes. 

Esta enfermedad fue capaz de diezmar la humanidad, cambiando la historia. Nos estamos refiriendo a la gran pandemia que se extendió por Europa y Asia en el siglo XIV, alcanzando su máximo entre 1347 y 1353, capaz de exterminar entre el 30 y el 60% de la población europea. Causada por la bacteria Yersinia pestis, los expertos han situado su origen en la escarpada frontera que separa China y Kirguistán, tras encontrar el germen causal en varios cadáveres enterrados en un cementerio local entre 1338 y 1339. 

Los síntomas, que podían aparecer en un corto intervalo de 24 horas, variaban desde una fiebre elevada, por encima de los 40 grados, hasta un cuadro de tos con expectoración sanguinolenta y pequeñas hemorragias en forma de manchas azuladas o negras en la piel, gangrenando las extremidades y provocando los característicos bubones, ganglios inflamados en las ingles, axilas, extremidades e incluso tras las orejas, que al necrosarse y colapsar expulsaban fluidos malolientes. 

De ahí los sinónimos de peste negra o peste bubónica. Desde Oriente se fue propagando hacia Occidente a través de las pulgas y los piojos que con frecuencia contaminaban las ropas y enseres humanos, tal y como concluyeron hace unos años los estudios de las universidades de Oslo y Ferrara, eximiendo a ratas y ratones de su tradicional responsabilidad en la diseminación de la pandemia. 

Pues bien, acabamos de descubrir que esta infección medieval dejó su impronta en los genes implicados actualmente en el desarrollo de nuestro sistema inmunológico, en forma de cuatro variantes de ADN que se volvieron más comunes una vez extinguida la peste, y que podrían haber contribuido a la supervivencia de los aquellos que la superaron y, por lo tanto, pudieron transmitírselos a su descendencia. 

Pero, como en tantos otros fenómenos genéticos e inmunológicos, estas variaciones del ADN han tenido que pagar su peaje, pues dos de ellas se han asociado a un mayor riesgo de patologías autoinmunes, como la enfermedad de Crohn y la artritis reumatoide. Fascinante. Así lo han corroborado expertos genetistas de poblaciones de la Universidad de Chicago, tras estudiar las variaciones genéticas en 200 muestras de ADN aisladas a partir de huesos y dientes de individuos británicos y daneses que vivieron anteriormente a la peste negra, que murieron por culpa de esta plaga o que pertenecían a una o dos generaciones posteriores. 

Estos científicos se centraron en genes relacionados con la inmunidad y el papel de los macrófagos en la lucha contra la infección. Lo sorprendente del caso fue el descubrimiento de la relación entre las variables genéticas protectoras y determinadas enfermedades autoinmunes como la artritis reumatoide, el lupus eritematoso sistémico y al enfermedad de Crohn. Cuánto nos queda todavía por saber y conocer.

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