Opinión

Las cuentas claras

Existen por lo menos tantos motivos para escribir sobre un tema como para no hacerlo. Hace un par de años, cuando el estío desplegaba sus tórridos encantos, los medios de comunicación se hacían eco de las recomendaciones de los expertos para evitar los efectos perniciosos del calor excesivo. Luego llegó la pandemia y el confinamiento, y el verano pasado las noticias sobre el coronavirus SARS-CoV-2 lo coparon todo. Este año, cuando parecía factible el retorno a la antigua normalidad, retornamos al pasado: las estadísticas, la incidencia, los nuevos casos, la ocupación de las camas hospitalarias y las defunciones por covid-19 están nuevamente en el candelero. 

En estos dos últimos años la humanidad ha tenido que replantearse, a una velocidad vertiginosa, infinidad de cuestiones relacionadas con la tecnología, la sanidad, la economía y la sociedad. Durante el primer embate de la pandemia, cuando las muertes se contaban en España por centenares, casi un millar al día en los peores días, la protección de los ancianos y los enfermos más frágiles fue prioritaria. Y los resultados, hasta la generalización de la vacunación contra la covid-19, fueron bastantes desastrosos. Dolor y desasosiego, morgues improvisadas y lista de espera en los cementerios. Más tarde, la encarnizada batalla se trasladó a los hospitales, multiplicándose los espacios para los enfermos más graves, transformando otros servicios en unidades de cuidados intensivos. Escaseaban los equipos de protección y los respiradores. Hasta las máscaras de buceo se convirtieron en modestos ingenios que intentaban salvar más vidas. El país se convirtió en una gigantesca industria de mascarillas y geles desinfectantes. 

Y así, postrados en una quimérica playa imaginaria, los países fueron superando una tras otra las olas de la pandemia, algunos con mejor suerte que otros, pues ya sabemos que es más fácil enfermarse y morirse siendo pobre que rico. Y ahora, supuestamente más cercanos a la ansiada inmunidad colectiva, blindados los más vulnerables, toca surfear la quina ola con el SARS-Cov-2 y sus variantes más contagiosas campando a sus anchas, sobre todo entre los más jóvenes. 

Llegado a este momento, resultando finalmente vencedora la economía en el desigual combate contra la sanidad, a sabiendas que no hay sanidad sin economía ni economía sin sanidad, algunos dirigentes se plantean dejar que la naturaleza de la enfermedad siga su curso: cuantos más ciudadanos adquieran su inmunidad natural, mejor. Se acabaron las barreras de contención. Hay quienes se escandalizan con este tipo de propuestas, sin reparar en que la humanidad lleva décadas asumiendo las muertes cotidianas por las guerras y el hambre, por el cáncer y las enfermedades cardiovasculares, donde nunca ha existido el cero absoluto. ¿Debería ocurrir ahora también lo mismo?

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