Opinión

Smartphones y teléfonos

En agosto de 1987, cuando alguien quería avisar al médico, llamaban a un establecimiento que era la tienda, el bar, la fonda y el local social del pueblo. El médico era yo y el dueño del negocio el administrativo que filtraba las demandas. Descolgaba el auricular y tomaba nota de la aldea y la casa. Por supuesto, no todos los vecinos tenían teléfono. Si existía premura para la atención, a veces un familiar o un vecino se acercaba para llevarme en coche. 

Cuando pienso en estas historias, me parezco a aquel médico mayor que me contaba cómo acudía a las casas de los enfermos a caballo, en plena noche y nevando, con la escopeta cargada por si a los lobos les daba por incordiar. Leyendo “No-Cosas. Quiebras del mundo de hoy”, del filósofo y ensayista coreano Byung-Chul Han, que además enseña en la Universidad de las Artes de Berlín, comprendo por qué el teléfono móvil que guardamos hoy en día en nuestros bolsillos está reñido con la gravedad del destino. Resulta tan manejable y ligero que nos aporta una insoportable sensación de libertad. ¿Acaso éramos menos libres cuando los smartphones eran ciencia ficción? O más bien al contrario, ¿nos hemos convertido en los esclavos de un aparato capaz de conectarnos con el universo? Hay quien los utiliza para todo menos para comunicarse. Por ejemplo, fotografían todo lo que desayunan, comen y cenan. 

Así es posible calcular indirectamente la cantidad que ingieren cada día. Registran sus constantes vitales, el número de pasos que caminan y los kilómetros que corren o pedalean. Estos chismes son tan útiles para concertar una cita con el médico como para consultar los síntomas que uno cree estar padeciendo. En algunas ocasiones un lunar se convierte en un melanoma, el cansancio en una leucemia o un dolor de cabeza en un tumor cerebral. Lo tremendo del asunto es que por la dichosa estadística podrían existir semejantes casualidades, y así surge la angustia y la búsqueda de segundas opiniones en Internet, y la bola de nieve va medrando a medida que rueda pendiente abajo. 

Como Byung-Chul Han, sostiene Aloysius que el smartphone refuerza nuestro egocentrismo, porque al tocarlos de repente el mundo entero queda a nuestra disposición. La tecnología avanza tan vertiginosamente que va modificando nuestra existencia sin que apenas nos demos cuenta. La pandemia de covid-19 que todavía colea obligó a la humanidad a avanzar adelantadamente en todos estos aspectos. La relación médico-paciente ya no es la misma que hace apenas dos años. Al desenfundar un smartphone, los profesionales sanitarios pueden acceder al instante a una incalculable información que nos permite diagnosticar síntomas y tratar enfermedades, con apenas nuestro dedo índice y una pantalla táctil. Los médicos jóvenes nos llevan muchísima más ventaja que la que en 1987 le sacábamos nosotros a los médicos de a caballo y escopeta. Lo interesante e inquietante de este tema es que los pacientes también. Cada día mas. Existen algunos que conocen más de sus enfermedades que lo que nosotros seremos capaces de aprender. Y para colmo de desgracias, preferimos escribir mensajes en WhatsApp y comparar a distancia antes que escuchar una voz amiga por el teléfono.

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