Opinión

Un camino alentador

Desde hace casi dos años, la pandemia desencadenada por el coronavirus SARS-CoV-2 probablemente constituya el mayor reto sanitario al que la humanidad haya tenido que enfrentarse. Y lo afirmamos considerando el desarrollo tecnológico actual, pues si bien por su contagiosidad y mortalidad nos han azotado plagas más crueles en el pasado, precisamente fueron tan terribles por la ausencia de los medios adecuados para enfrentarlas, poco más allá de las cuarentenas, los aislamientos y el estigma de los infectados.

Con todo su potencial investigador puesto en funcionamiento simultáneamente a nivel mundial, sin escatimar en recursos materiales y profesionales, se desarrollaron en tiempo récord diferentes vacunas para combatir una enfermedad que, por ejemplo en España, contabiliza más del 85% de sus víctimas mortales entre los enfermos más frágiles, personas mayores de 80 años y pacientes con su sistema inmunitario debilitado. Visto lo visto, las campañas de vacunación no están siendo el arma definitiva contra el coronavirus, dotado de una porfiada capacidad de mutación para sobrevivir. Asimismo, la marcada desigualdad entre los países ricos y los más pobres se ha profundizado todavía más en este mundo globalizado, con un cumplimiento de los objetivos de vacunación demasiado dispares.

Entonces, ¿hacia dónde nos encaminamos?. Valorando muy positivamente las medidas contra la pandemia, las clásicas como las cuarentenas, las mascarillas y demás medidas higiénicas, y por supuesto las vacunaciones masivas, a pesar de ciertos minoritarios grupos de resistencia, la medicina contemporánea continúa buscando esa píldora “mágica” que pueda minimizar notablemente los efectos patológicos de la infección por el coronavirus SARS-CoV-2. Mediante diferentes pruebas de ensayo-fracaso, hasta ahora se han probado diferentes medicamentos, algunos remedios peregrinos y meras elucubraciones farmacológicas. Las últimas novedades terapéuticas se dirigen por la vía de los antivirales específicos. El pistoletazo de salida de esta carrera ha sido dado y las multinacionales farmacéuticas más potentes ya compiten con sus bólidos más veloces. Los antivirales poseen diferentes mecanismos de actuación, desde el bloqueo de los receptores que permiten al coronavirus infectar a las células, pasando por la interrupción de la síntesis de ciertas proteínas fundamentales para el virus, hasta inactivación de su propio ARN. Algunos de estos medicamentos, como el Remdesivir, desarrollado inicialmente para tratar el Ébola, se emplean en el tratamiento de los casos más graves de covid-19, reduciendo un 87% el riesgo de hospitalización de aquellos pacientes más susceptibles de padecer formas severas de esta enfermedad. Pero debe administrarse por vía endovenosa. Por ello, las últimas novedades corresponden a la aprobación por las autoridades sanitarias de otros antivirales orales, como el Molnupiravir en el Reino Unido, desarrollado por MSD (Merck en EEUU) y el Paxlovid de Pfizer, laboratorio coproductor junto a Biontech de una de las vacunas más eficaces contra el SARS-CoV-2. En este último caso, los ensayos clínicos presentados para su aprobación ante las autoridades sanitarias competentes han demostrado una eficacia del 89% en la reducción del riesgo de hospitalización y muertes entre los pacientes covid-19. No serán los únicos, pues otros antivirales específicos llegarán en un futuro inmediato.

Estos resultados ciertamente alentadores obligan a la prudencia. Estamos dando los primeros pasos de un largo camino. Habrá que corroborar su efectividad clínica a la par que su coste económico, evitando ensanchar todavía más la brecha entre los que más tienen y los más desfavorecidos. Recordemos que jamás una pandemia global ha sido derrotada mediante victorias parciales.

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