Opinión

Liderazgos perversos

Dicen que Einstein confesaba ignorar cómo se combatiría en la Tercera Guerra Mundial, pero que no dudaba cómo sería en la Cuarta: con piedras. Y parece que el tiempo se ha empeñado en dar la razón al científico alemán, a la vista de la carrera armamentística desarrollada por numerosos países desde su muerte, en 1955; maletines nucleares incluidos, algunos de ellos a disposición de gobernantes del más oscuro perfil. 

Aunque todas las guerras, sin excepción, son horribles -y quizás algunas de ellas inevitables-, es imposible no sentirse más concernido por las más cercanas; ésas que parecen estar llamando a la puerta de tu casa, por desarrollarse en nuestro patio trasero. Léase, por ejemplo, Ucrania, en relación con la Unión Europea. O incluso Gaza, pues Chipre (Estado miembro de la UE) se encuentra a poco más de cien kilómetros de la costa de Siria.

Con todo, el análisis de los conflictos colectivos en el presente siglo no puede dejar de tener en cuenta que las comunidades clásicas, organizadas y asentadas sobre territorios acotados, han visto sus límites desdibujados, merced al fenómeno de la globalización. Convertidas las fronteras nacionales en barreras más porosas, de la ósmosis que facilita el tráfico de personas emergen amenazas insospechadamente próximas y con potencial terrorífico.

Cuando el fanatismo ciego se desata, ni lugar más plácido parece a salvo; a sabiendas, además, de que está garantizada una portada en los medios de todo el mundo cuando un solo asesinato, que pasaría tristemente desapercibido, va acompañado del adjetivo “terrorista”. Como ha sucedido hace escasos días en Arras, una pequeña ciudad en el Norte de Francia, un Ourense cualquiera. Desgraciadamente, no será el último caso.

No obstante, no deja de ser cierto que -al menos, en tiempo de paz- la práctica totalidad de la población mundial rechaza la guerra; algo que avalaría fiablemente incluso el CIS de Tezanos. Lo que conduce a pensar si la mayoría de los conflictos armados no se deberá, más bien, a la existencia de liderazgos perversos. Pues, en realidad, aunque las guerras involucran a países, éstos son entes abstractos, pero con Gobiernos en manos de personas concretas.

Muchos de estos liderazgos perversos pueden manejar agendas inicialmente neutrales, pero verse obligados a cambiar de rumbo -o de opinión- ante adversas circunstancias (que suelen coincidir con el riesgo de una eventual pérdida del poder político disfrutado hasta ese momento). Por ello, cabe incluso que comiencen disfrazados de legitimidad y gocen del apoyo y respaldo de amplios espectros de la población.

Así, es ampliamente sabido que Hitler llegó al poder sobre la base de unas elecciones democráticas, que lo catapultaron a la Presidencia del Gobierno de Alemania; aprovechando para trazar paulatinamente una serie de cambios constitucionales que le permitieron llevar a cabo el funesto plan que desembocaría en el mayor conflicto bélico conocido hasta la fecha (mejorando, lo presente). Sin olvidar ejemplos más recientes, como el de Putin, un suponer.

Entre tanto, con la que está cayendo, la preocupación principal estos días de nuestro ministro de Asuntos Exteriores (que, para colmo, es diplomático de carrera) ha sido intentar -de nuevo, infructuosamente- impulsar la oficialidad del catalán en las instituciones de la Unión Europea. En verdad, sólo hay un rechazo equiparable al que provocan los liderazgos perversos y es el que causan los liderazgos bochornosos.

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