Opinión

¿Amenaza?

Donald Trump, autoproclamado policía del barrio, ha zarandeado al gran dragón asiático hasta despertarlo de su letargo diplomático, primero haciéndole un regate frente a Taiwán, luego bajo amenazas solapadas a Beijing y finalmente con un pan bajo el brazo para que le apriete las clavijas a Corea del Norte.

En medio del desbarajuste, el presidente norteamericano envió una flota de mentirijillas para coaccionar a la República Popular Democrática coreana, obteniendo como respuesta el cabreo monumental de Kim Jong-un que, ni corto ni perezoso, amenazó con prender la mecha a su caja de cohetes.

Pero mientras Trump dio marcha atrás perdiendo la cara con su empresa naval, lo que sí ha quedado claro con la altanería del heredero de la saga coreana es la posesión de armas de destrucción masiva y su capacidad destructiva. Arroz no tendrá, pero desde luego sí más mala baba que un becerro de capea.

Esa es la consecuencia de tirar demasiado de la cuerda, porque lo primero que hay que entender es que con o sin restricciones, los norcoreanos son sociológicamente afectos a Kim Jong-un, algo lógico después de décadas de dictadura, que no se diferencia a la situación vivida en la España tardofranquista o en la Cuba postfidelista.

Lo que llama poderosamente la atención  en este conflicto es la ausencia de la Fuerza Internacional, ese brazo armado occidental que, bajo la acusación de que el régimen de Bagdad poseía un arsenal químico, derrocó a Sadam Husein golpeando de paso al pueblo iraquí, dejándolo sumido en un caos merced al que hoy en día, aún en vigor la norma de un bocadillo por petróleo, Trump pretende incautarse de todo su crudo como indemnización por la Guerra del Golfo.

En el caso norcoreano los aliados miran para otro lado pese al reconocimiento explícito por parte de Kim Jong de disponer de un arsenal capaz de causar un daño monumental, como si la cosa no fuera con ellos. Tampoco parecen movidos por la represión a la que está sometida un pueblo hambriento cuya supervivencia depende del abastecimiento que le permiten las relaciones bilaterales con China. Cuesta comprender tanta indiferencia hacia el malote Líder Supremo Kim teniendo en cuenta la intervención en Iraq para salvar al pueblo.

Seguramente sólo hay una lectura: el pueblo norcoreano no dispone de ninguna riqueza susceptible de ser expoliada, eso es lo que hasta ahora ha evitado una expedición multinacional de castigo. O quizá Estados Unidos, pasándose por el forro a la ONU esté lanzando sondas para viciar el ambiente, haciendo el uso más perverso de la desgracia del pueblo coreano, poniendo en marcha una estrategia para desatar un conflicto que desestabilice la zona y ocupar Corea del Norte para disponer de una cabeza de lanza en la región sin necesidad de estar a bien con China ni con el beneplácito de Corea del Sur ni Japón.

 Si China cierra el grifo a Piongyang olvidándose de la desdicha de sus vecinos estará alimentando  la militarización de la sociedad civil y el rechazo de otras naciones. Vencer a los norcoreanos por el hambre sólo nutrirá la radicalización de sus simpatizantes. El error con Corea es olvidar que no hay enemigo pequeño. Es más efectivo obsequiar que expoliar para que el rival tenga mucho que perder porque, parafraseando a Abrahan Lincoln, ¿acaso no destruimos a nuestros enemigos cuando los hacemos aliados?

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